Hace cien años nuestros antepasados recorrían la ciudad ataviados con saco y corbata y normalmente con sombrero de pajita. Todos los callejones y caminos de entonces eran arboledas que generaban un agradable microclima que atenuaba las altas temperaturas. Además, la ciudad era refrescada por los bosques que la rodeaban. Todos respetaban a la madre naturaleza y aprendieron a convivir con ella, volviéndose recíproco el trato.
Hasta que llegaron los cerebros fugados y los terratenientes, cuyo único Dios es el dinero, y encontraron el dorado arrasando todo lo vegetal en el norte y el sur para construir macroproyectos urbanísticos que ahogaron la ciudad, con el acompañamiento cómplice de los gobernantes de turno.
Es conveniente recorrer estos asentamientos urbanos para comprobar que para aprovechar hasta el último centímetro no se dejaron cajas de aire y la línea de construcción está tan pegada a la calle que impide la siembra de un solo arbolito.
El Damab, cuya función principal debería ser defender nuestros árboles, encontró su mina de oro cobrando por podas y limpiezas, lo que condenó a nuestros mejores pulmones a morir por el inclemente ataque de las plantas parásitas.
Pagamos con altísimas temperaturas nuestra desidia y haber descompensado el equilibrio verde/cemento, además de desestimar los llamados para controlar las emisiones industriales que aumentan el llamado efecto invernadero. La deforestación incrementó la temperatura del suelo presentándose violentos vientos circulares que han causado grandes destrucciones, sobre todo en las nuevas urbanizaciones del sur de la ciudad.
A los ingenieros y arquitectos que efectúan los macroproyectos urbanísticos en el sur y en el norte no les enseñaron un trato amable con el medioambiente y solo piensan en la selva de cemento.
Si no tomamos conciencia de nuestro compromiso con el medioambiente y continúa la loca depredación del planeta, pueden volver aquellos hombres de blanco que, según la Biblia, visitaron a Lot antes de acabar con las ciudades de Sodoma y Gomorra. Podemos estar en la mira del orden universal, que interviene cuando la catástrofe es inminente.