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A raíz del reciente homicidio del joven rapero Kevin Jaraba, el séptimo en los últimos ocho años, se pone en evidencia que si bien la violencia es una manifestación presente en el escenario cultural de los amantes de este género musical, no es justamente su causa, sino simplemente un ingrediente más, dentro de los problemas con los cuales convive un grupo poblacional que utiliza la música como expresión cultural de los problemas sociales de sus comunidades y el entorno. Es entonces cuando se hace evidente que son: la intolerancia, la incapacidad para la resolución de conflictos y la dificultad para manejar la adversidad (concepto de resiliencia) entre otros, los orígenes de estos accidentes; o dicho de manera simple, la falta de una efectiva convivencia ciudadana. Justamente aquí es cuando nace el nuevo concepto relacionado con la seguridad ciudadana, la seguridad ontológica, concebida como un sentimiento de confianza del ser humano generado en sí mismo y en las instituciones que representa, que permite modificar y medir de manera objetiva y/o subjetiva, el grado de satisfacción de las expectativas sociales dentro del marco de la protección social. De tal manera, que conviviendo en una “sociedad de riesgos”, la seguridad ontológica se convierte en un proyecto reflejo, que debe ser explorado y construido para vincular el cambio personal y social a la comunidad en todas sus formas.

No es casual el hecho que algunos de estos homicidios entre raperos se hayan llevado a cabo por miembros cercanos a sus víctimas, inclusive compañeros, situación que muestra que se trata de experiencias más relacionadas con la cotidianidad y convivencia, que actos delictivos premeditados y elaborados por organizaciones criminales.

Es imperativo el cambio de modelos y referentes, individuales y colectivos, en la búsqueda del mejoramiento de la convivencia ciudadana y el fortalecimiento de la seguridad ontológica. Ello nos obliga al establecimiento de un macromodelo de prevención, orientado a reafirmar el perfil de seguridad, la conciencia de riesgo y el desarrollo de las habilidades socio-afectivas y cívicas, aspectos que van de la mano con una identidad institucional. Los escenarios sin duda alguna lo son las escuelas en donde convergen todos los actores: alumnos – docentes – familias - comunidad vecinal – Fuerza Pública, pertinentes en la construcción de una comunidad resiliente y protectora de la seguridad y la convivencia ciudadana.

Finalmente, resulta innegable que la inversión en estos procesos arroja mejores resultados cuando está dirigida a la población infantil y juvenil y sus familias, con alcances más sólidos y requiriendo inversiones menos cuantiosas, condiciones primordiales en sociedades como nuestra Barranquilla y en países en vías de desarrollo como el nuestro.

Lissette Abudinén de Hasbún