La verdad es que quisiera que esto que estoy escribiendo lo lea todo el mundo; no por mí sino por mi país que ha quedado tan mal parado.
O sea que las naciones que se han enterado del nefasto No emitido por el voto del plebiscito del 2 de octubre sobre si aprobábamos o no lo acordado en La Habana para consolidar con acciones futuras legales la paz, se están imaginando y están creyendo que Colombia no quiere la paz.
De pronto tienen razón en creerlo, según se presentaron las cosas.
En primer lugar, del total de votos obtenidos por el No, más de la mitad se debe al temor de un cambio de gobierno actual (qué no es un modelo de equidad y bienestar para el pueblo) a otro socialista con malos representantes actuales como Venezuela, Cuba y otros más, dónde la gente no vive feliz, digan lo que digan sus promotores o implantadores de ese sistema doctrinario.
En segundo lugar, el No fue obtenido por una bien orquestada y malévola campaña de desinformación y temor.
En tercer lugar, los ganadores políticos del No, en vez de sentirse realizados y satisfechos deben sentir una pena grande por lo que puede venir si fallan las re negociaciones: una brutal embestida de la guerrilla a nivel rural y urbano.
Esta es la sentida realidad de un pueblo mal interpretado y encasillado en la columna de Ripley y el cual es comparado con un país bruto o torpe que desprecia la paz con todas sus ventajas.
Ahora mundo, solo nos queda que este sinsabor en nuestros sentidos aún maltratados por esos estímulos negativos del No, sea reemplazado prontamente, por un Sí, que nunca debió nuestro presidente someter a plebiscito porque no era necesario, como tampoco es necesario someter lo que se renegocie con las Farc.
Jorge Segura Merlano