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He leído dos notas periodísticas, publicadas el mismo día, relacionadas con la vejez, y en ninguna se usa la palabra “viejo”, muy a pesar de estar ilustradas con fotos donde se observan viejos y viejas conversando, tomando café y bailando, danzando.

Los titulares de ambas informaciones son: “En Palmar de Varela, los adultos de la tercera edad disfrutan la danza” y “La vida después de la jubilación” (ver EL HERALDO del miércoles 21 de junio).

La conclusión, evidente, de mi lectura de esas noticias es que al medio y a los redactores les da temor, miedo, ‘terronera’, usar la palabra “viejo”, la que al parecer la sociedad actual ha desaparecido, pues a casi nadie le gusta que le llamen viejo o vieja. Y el Derecho usa expresiones como adulto mayor y miembro de la tercera edad. Puros eufemismos para reemplazarlos por viejos o ancianos.

Cuando escribo, una vieja amiga me llama para decirme que bailando se cayó y se fracturó la cadera. Y ahora se moviliza con ‘caminador’. Ella está pensionada. No fue más oportuna aquella llamada, para compartir las enseñanzas del filósofo convocado como cómplice. Redeker dice:

“La vejez –la verdadera vejez, la de los viejos de verdad que no son los que se ajustan al jovenismo, ni los que se volvieron amargados, gruñones y desagradables para todo el mundo– enseña a encontrar de nuevo el tiempo, a reanudar con él. Enseña la reconciliación con el tiempo. La reconstrucción del tiempo, su reparación. Creo, con el mayor respeto, que después de la jubilación o pensión lo mejor es aprender a vivir como viejo. La vejez es sabiduría sencilla, humilde. Es pasado. ¿Y esa tarea será que la pueden enseñar las universidades? Definitivamente, ¡bienaventurada vejez!

Gaspar Hernández Caamaño - gasparemilio0810@gmail.com