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Popper trató de mantenerse al día en casi todos los campos del desarrollo científico, social y político de su época: se interesó por el psicoanálisis, la teoría de la relatividad, y la física cuántica, como también por la teoría de la evolución, la filosofía política, la música, el arte y la historia, convencido de que el conocimiento es liberador: entre más conocemos más preparados estamos para comprender la magnitud de nuestra propia ignorancia.

Defendió apasionadamente los ideales de la Ilustración; escribió contra los totalitarismos de derecha y de izquierda, y condenó todo sistema que prive al hombre del libre ejercicio de la libertad. Creyó en la posibilidad de llegar un día a poder solucionar racionalmente los conflictos sociales sin necesidad de acudir a la violencia física; fue un aguerrido defensor de la sociedad abierta, donde la disminución de las desigualdades no exija el sacrificio de las libertades individuales, pero si el uso responsable de la libertad, y donde haya espacios para que el hombre ejercite tanto su creatividad, como su capacidad argumentativa y crítica.

Elaboró una teoría sobre el papel del lenguaje en la construcción del mundo de la cultura –mundo tres– constituido por ese complejo monumento del pensamiento humano que se manifiesta generalmente en libros, obras de arte, teorías científicas y sociales, instrumentos y tecnología, mundo tan real como el mundo físico o psicológico, pero con una característica muy importante: su objetividad, es decir, que su validez trasciende las perspectivas del sujeto individual. Mundo dinámico, en constante transformación, pero como toda obra humana, falible, cambiable, susceptible de revisión y de cambio permanente. En este mundo tres no puede haber profetas ni dioses que se crean poseedores de la verdad absoluta.

Fue Popper un fuerte crítico de todos los dogmatismos, como también del relativismo del siglo XX, planteando como alternativa la responsabilidad y la modestia intelectual. Ningún producto humano –sea una hipótesis, un mito, una teoría, una obra de arte, una ideología, etc.– puede pretender tener en sí mismas la universalidad y verdad suficientes para aplicarse sin crítica. La falibilidad humana debe llevarnos a desconfiar de nuestra propia obra, y a buscar, no solo en la autocrítica, sino también en la crítica de otros, soluciones cada vez más objetivas y eficaces para los problemas, sean estos cognoscitivos, técnicos o sociales.

Asegura Popper que tanto el progreso en el conocimiento como el progreso social exigen sociedades abiertas, pluralistas, que propicien y acepten la discusión argumentativa y crítica como la única arma, digna de ser usada por los seres racionales en sus constantes búsquedas de mejorar, tanto el conocimiento como la aplicación de este para la transformación social y el bienestar de la humanidad.

Blanca Inés Prada Márquez