El tendero goza de gran estima, no solo dentro de la sociedad de consumo sino en el ámbito poblacional donde tiene su influencia y su fuerza de trabajo, con una actitud atrayente y complaciente en el buen desempeño de su oficio, principalmente el de llevar, a través de su tienda, todos los productos, de primera necesidad y de la canasta familiar, a los habitantes que se encuentran lejos de los centros de comercio, lo que significa un ahorro en transporte, además de contar con el consentido ‘fiao’ o del popularmente llamado ‘Credi Marlboro’.
El tendero, más que un comerciante, es un líder comunal por excelencia, es un personaje que nunca desaparecerá gracias a su recursiva actitud y a la importancia que tiene en el medio en que se desenvuelve. Pueden existir los grandes supermercados, pero la situación económica no es tan amplia para todos, y esto permite que las tiendas se constituyan en una importante alternativa para el consumidor natural en su diario y duro vivir.
Lo bueno de las tiendas es que para ir a ellas solo hay que caminar unos pasos y con unos pesos uno puede comprar lo del diario. La mayoría de los consumidores son reconocidos por el tendero y llamados por su nombre, creando así una relación de familiaridad que va más allá del simple intercambio comercial realizado en la tienda.
Colombia ha sido un país de tenderos, destacándose las tiendas de barrio como el centro del comercio en dicha comunidad y donde los clientes asisten a ellas buscando cualquier producto con la seguridad de encontrarlo, adquiriendo, inclusive, en poco tiempo, los primeros créditos de tienda, sin más requisito que la confianza en la persona.
Con la aparición de los grandes centros comerciales, parecía que las tiendas de barrio tenían sus días contados. Sin embargo, siempre las adversidades han hecho de los tenderos un sector muy fuerte, porque la persona que atiende una tienda se convierte en el alma del barrio; es el consejero por naturaleza, conoce todo lo que pasa y hasta se transforma en una figura que imparte servicio y seguridad sin dejar de ser el motor comercial de la zona, ya que sin proponérselo y sin el ánimo de ser chismoso, se convierte en el verdadero conocedor de la situación económica y social que vive la gente de la localidad y un termómetro de los buenos o malos tiempos por los que pueda atravesar la población.
Porque lo bueno de las tiendas es tener quien nos atienda.
Roque Filomena