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Algunos lo señalan como ‘centralismo’, pero en realidad es el antiguo yugo colonial español que sigue vigente centralizado en el mismo lugar de estos territorios americanos (es que lógicamente a diferencia del resto del país en Santa Fe de Bogotá no solo existían deseos de independizarse de España, sino de quedarse con su ‘negocio’ en lugar de ser simple intermediaria). Con tres enormes agravantes al yugo colonial español que tenemos heredado:

1) Ser efectivo soterradamente porque así lo exigen las apariencias contrarias que la teoría institucional nacional obliga guardar, o sea negando opciones de oponerse o defenderse.

2) Ser efectivo mediante el Gobierno del territorio nacional como antes con España, pero ya sin el control externo gubernamental, antes desde España, lo cual significa desordenamiento acumulativo general inevitable e incontrolable del país, tendenciosa y progresivamente corruptivo y degenerativo de la vida colectiva colombiana.

3) La soterrada confabulación geopolítica consagrada institucionalmente por el Plan del Triángulo de Oro, que refuerza y fortalece exponencialmente la también soterrada efectividad del yugo en cuestión. Plan que fue echado a rodar por televisión hace ya 36 años por el entonces director de Planeación Nacional (fui testigo), consistente en valerse de los recursos estatales para concentrar el desarrollo nacional en el triángulo territorial Bogotá-Medellín-Cali (Patrona-Comadrona-Comadrita, según estatus de participación jerárquica lucrativa). La fuerte reacción en contra que produjo su presentación por televisión empujó a no volverlo a mencionar, pero son inocultables los resultados y consecuencias de su vigencia.

Eduardo Urueta Alzamora