Compartir:

Con mi hermano Leonardo compartimos una vida juntos en sus más bellas etapas que representan la niñez y la adolescencia; y aún, como adultos, nos juntábamos para el entretenimiento y sortear las adversidades y superar duros momentos que la vida nos deparara, en bien de fortalecer la unión familiar y en mantener siempre una sana convivencia de hermandad.

Leonardo, además de hermano, fue nuestro compañero del alma, vida y corazón; una relación que trascendía más allá de todo y de todos, en un mismo espacio y bajo un mismo techo, con el mismo amor maternal y la misma disciplina y comprensión paterna; los mismos celos fraternales por los juegos, por los amigos, por los regalos; ineludibles y recreativas competencias que nos llevaban a coincidir en los gustos y hasta en los sentimientos.

Porque un hermano es ese amigo que no escogemos, pero que se hace irremplazable y esencial en nuestras vidas, y puede que las circunstancias nos cambien o nos alejen, pero sabemos que el amor permanece invariable a pesar del tiempo, porque en definitiva un hermano es para siempre y no hay nada comparable en la vida que luchar por un hermano y velar, hasta más allá del final de sus días, por el bienestar de la familia, porque sus hijos también han llegado a ser nuestros hijos.

Nos convidábamos, como hermanos, a vivir una misma historia que luego contábamos al unísono por haber recorrido juntos los mismos lugares y haber compartido las vivencias en que de manera simultánea nos trazaba la vida en familia y nos unía tanto en las tristezas como en las alegrías, al igual que en los eventos adversos pero también en los múltiples momentos de celebración y felicidad; entre apodos y dichos, entre cuentos y cuentas, entre anécdotas y cantos transcurrían los días dichosos de nuestras vidas.

Tener un hermano como Leonardo era tener un tesoro, una lección de vida, con el que disfrutábamos de su entretenida compañía, con el que se aprendía por sus palabras bien pensadas antes de expresarlas, porque sabía ser prudente en el momento indicado, era parco, meticuloso, comedido, metódico y técnico; de amplio conocimiento y cultura; su prodigiosa memoria lo convertía en un libro humano de consulta; se divertía escribiendo sus propias experiencias en jocosa narrativa costumbrista; conversador inteligente; sabio y pulcro en su actuación; respetuoso y leal con sus amigos y, aunque no demostrara físicamente sus sentimientos, prodigaba especial cariño a los suyos y a la familia en general y amaba entrañablemente a sus hijos, se preocupaba y era sensiblemente discreto en su ámbito personal.

El día de su partida, 24 de noviembre, presagiaba ser un día lúgubre, con un amanecer dominado por nubes grises que debilitaban los primeros rayos del sol naciente, tal como se fue apagando también su débil aliento de vida. Después de ver su ardua y sufrida batalla que emprendió pacientemente con el amoroso apoyo de toda la familia, caí vencido en la tristeza y solo pude expresar en medio del llanto impotente y desconsolado: ¡Tanto Luchar !

Al final, doblaron las campanas, doblaron por Leonardo, doblaron por todos los que lo amamos, en una misma vida y una misma muerte, con la esperanza en la promesa de nuestro creador al reencuentro de un nuevo mundo en el paraíso eterno.

Roque Filomena Angulo