El locutor Eugenio Trespalacios, interpretado por el actor Víctor Hugo Trespalacios en la novela del Joe, hace apología de un personaje de apariencia chocante, detestable para mucha gente como el camaján.
Camaján es término de origen cubano que aparece en el diccionario de la Real Academia de la lengua con el significado de: 1. Persona holgazana que se las ingenia para vivir a costa de los demás. 2. Persona que con astucia sabe sacar provecho para sí de una situación.
El típico camaján barranquillero de mi época juvenil, década de los 60 y 70 del siglo pasado, es la de un “man” sin oficio, despreocupado e irresponsable. Un vago saludador de todo el vecindario que deambulaba de esquina en esquina por las calles del viejo barrio en busca de un desprevenido a quien tumbar. Era reconocible por su postura estrambótica, terminología grotesca y envolvente, paso ladeado y rápido, típico movimiento en lanzadera de sus brazos y swing violento al bailar. Lentes oscuros para ocultar el enrojecimiento de los ojos consecuencia del efecto irritante del cannabis. Cachucha a lo Rolando La Serie o un pequeño sombrero carnavalero. Sonriente, a cada momento, aparentaba ser un hombre feliz.
Embustero y embaucador, el camaján siempre tenía una propuesta formidable para su ocasional contertulio en donde, según él, salir ambos gananciosos. La oferta, en ciertos casos tonta, por ejemplo, la venta de un objeto hurtado en la casa para comprar la monaca (mariguana).
Diría que el típico camaján de mis años mozos por los cambios sociales, de la vida urbana, en especial, se ha desfigurado. Hoy “la hierba” ha sido, en parte, desplazada por basuco y variados menjurjes alucinantes de tal manera que ahora al camaján no se le denomina burro, sino basuquero o coleto. Incluso la “pinta” florida, muy tropical, que caracterizaba a las baretos de antes ha evolucionado con la moda al uso de desarrapada vestimenta que se acompaña de novedosos perendengues: aretes, piercing, tatuajes y prendas artesanales, entre otros.
Bacán. Se suele confundir, sobre todo en los ignaros de la idiosincrasia caribeña, al bacán con el camaján.
“Bacán o bacano” deriva del vocablo genovés bacco, en alusión a Baco (dios de la sensualidad y del vino en la mitología romana), expresión que penetró en Hispanoamérica por Argentina con la llegada de emigrantes italianos, a ese país, que dieron origen a la jerga bonaerense conocida como “lunfardo”.
Con este vocablo se designa, en forma muy genérica, a la persona que goza de la buena vida. Desde mediados de los 60, del siglo pasado, se dio a lo bacano el sentido de algo excelente. “Ese man es un bacán” es, todavía, usual expresión para referirse a una persona de virtudes llena, que se complace en el servicio generoso, optimista y alegre a la gente que lo necesita. Es un tipo serio y ocupado que detesta la chabacanería y la mediocridad. Amante de la bohemia la asume en su connotación romántica, además de su compromiso con lo estético y sobre todo con lo ético.
El bacán, al contrario del camaján, es una persona responsable. Trabaja con ahínco para hacer realidad sus sueños y los de los que lo rodean.
Ser considerada una persona bacana es honroso título ganado con la simpatía, aprecio y respeto manifiestos, en todo momento, en el trato a los demás.
La “bacanería” como actitud ante la vida, digamos que filosófica, por desventura, es un modo de ser ausente en gran cantidad de servidores públicos y privados, en funcionarios de toda índole, carentes del espíritu solidario, del sentido humano de su misión. El desdén y cara de pocos amigos que muestran en instituciones de salud, en particular, cuando son requeridos explican, a lo mejor, la reacción prevenida y en muchos casos violenta de los dolientes usuarios que a ellos acuden, no para recibir un favor, sino debido a la prestación de un servicio al que tienen derecho con justa razón, el derecho a la salud.
Ser bacán es sinónimo de ser buena persona.
Teobaldo Coronado Hurtado.