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Uno de los momentos más difíciles y dolorosos por el que nos toca atravesar en algún momento de nuestras vidas es sin duda, la pérdida de un amigo, ese amigo que nunca falta en nuestras mentes, ese amigo que aún vive en nuestro recuerdo, alguien a quien queremos. La muerte es un proceso natural; todos sabemos que en algún momento nos tocará morir, así como sucede con las personas que nos rodean, lamentablemente, aunque sabemos que es algo que pasará, uno nunca se encuentra del todo preparado para ello; sobre todo cuando debemos experimentar la muerte, pero por encima de ella, un glorioso recuerdo hoy a un año de tu partida amigo y hermano Jorge de Oro Ibáñez.

Jorge, nacido en Magangué, en donde cursó sus estudios de secundaria en el colegio Joaquín Fernández Vélez en el que se perfeccionó, no solo en conocimiento, sino en grandeza social de irradiar don de amistad, carácter colaborativo con alta responsabilidad y sentido de pertenencia, por los cual hoy lo recordamos muy pletóricos de sentimiento de afinidad y de complacencia.

Al finalizar su secundaria, este gran amigo, se trasladó a la ciudad de Bogotá en donde su apartamento, además de su reposada vivienda, se convirtió en la embajada de todos los magangueleños, a quienes recibía con esa gentileza y don de compartir.

El amigo Jorge de Oro Ibáñez portador de una sensibilidad humana con alto sentido social, fue un dirigente de izquierda con una capacidad de análisis, pues sabia escuchar y por ende lograr las soluciones expeditas a sus camaradas, porte y gesto que hoy disfrutamos al recordarlo.

Esas cualidades, su don de gente, su inagotable fuente de servicios, lo ameritaron para estar siempre al frente del movimiento obrero al cual no solo fortaleció, sino que lo convirtió en la sala de las tertulias nutrientes en pro de la causa social más digna, el propio hombre.

A su retorno de la ciudad de Bogotá, se vinculó a la Universidad del Atlántico como profesor de tiempo completo en el área de las matemáticas, en la que sus servicios engrosaron la finalidad de la institución a la cual le cumplió digna y profesionalmente alcanzando con ello su tiempo de servicio llegando a lograr su pensión y desde entonces con mayor ahínco, conservando siempre esa sonrisa llena de optimismo y seguridad, prosiguió dedicando espacios, tiempo y atención a los procesos revolucionarios apoyando la justa lucha y la reivindicación de los trabajadores colombianos causa a la cual dejó sus más aplaudidos aportes.

Sus evidentes razonamientos y planteamientos ante los nuevos escenarios de los acontecimientos nacionales e internacionales, servían de guía y de refrigerio para dar luz a los oscuros momentos que se vivían en Colombia, etapa y parte de su vida como gestor de enseñanzas y firmes aportes que como fuente inagotable aún hoy retumba su eco.

Su legado limpio, sabio y contundente ha quedado en el horizonte de pensamiento, que, si bien no alcanzó a vivirlo a merced de su lucha, hoy es bandera que flamea hacia una Colombia digna y amplia en su responsabilidad como Estado social de derecho.

Compañero y hermano aún duermes.

Víctor Manuel Turizo Camaño.