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Los Colombianos hemos vivido años de años dentro de circunstancias sociales muy delicadas y en algunas ciudades casi invivibles, que aunque no las pertenezcamos de alguna forma nos afectan, porque son el diario alimento de las noticias, de las conversaciones de esquina, de las reuniones de todo tipo, porque algún amigo, pariente o conocido ha sido pringado en cualquier charco de la calle, porque por más que no nos interese o se evite el tema, no podemos evitarlo, porque no hay forma de no saberlo o no sentirlo por más Cartujos que fuéramos.

Hemos vivido entre la Guerrilla, el Paramilitarismo, el Narcotráfico, la Delincuencia Común y la corrupción, tal vez la madre de todas las anteriores, y sin que sean éstos el total de nuestros males, unos unidos entre sí, otros enfrentados sin producir beneficio alguno este enfrentamiento, sino lo contrario, más daño económico, más desgaste de la autoridad, más deterioro social y gubernamental, más desgracia, más muertos; y de una forma u otra hemos luchado una vida entera contra estas circunstancias, casi exclusivas; por su permanencia conjunta en el tiempo; en nuestro querido país; en unas regiones menos marcado que en otras, afortunadamente para nosotros los Caribeños, razón por la cual, aparte de otras más gratas, vemos la gran migración que recibimos diariamente y desde hace buen rato como ciudad principal del Caribe Colombiano.

Pero de lo que trata este comentario no es de este tema tan conocido por todos; sino de concientizarnos; tal vez de lo mas grave de nuestros males; por lo desadvertido, disfrazable, e incastigable, formal y legalmente hablando, y lo peor; que nos acostumbramos a vivir con él, a pesar de los estragos que ejerce en todos las relaciones humanas; El odio.

Con él se puede vivir 24 horas diarias, donde sea, sin consideraciones geográficas, sociales, raciales, de temperatura, de sexo, edad ni religión. El odio hace más daño que cualquier arma letal; acaba las relaciones de países, las relaciones empresariales, comerciales, de pareja, familiares, de amistad, todo tipo de relaciones humanas. Así como el gobierno, las autoridades pertinentes y los particulares nos preocupamos por prevenir, contrarrestar, y castigar el delito, deberíamos igualmente pensar en como evitar la incubación e incremento del odio en nuestra sociedad, en evitar este sentimiento que tenemos impregnado desde hace mucho tiempo, y el cual hacemos para nosotros evidente cuando salimos del país o cuando tratamos personas de afuera de nuestro medio, personas de otros países con mayor sanidad social, estructural, y gubernamental principalmente, con mejor nivel espiritual, sin contaminaciones, por la ausencia de las situaciones nombradas como título de este comentario, que repito nos afecta indefectiblemente por simple contagio, por simple ósmosis.

Los Colombianos, por nuestra salud, por nuestro elemental bienestar, deberíamos vetar de nuestro escenario oficial, político, educativo, deportivo, personas con esta característica de odio acentuada, vetarla para que no puedan ejercer cargos públicos, para que no puedan mantener contacto permanente con la ciudadanía, en especial con la juventud para evitar más contaminación de la que ya tenemos, completamente independiente de su tendencia y filiación política.

El odio es el peor enemigo de la paz, la paz es una bendición, el odio es una verdadera maldición.

Hector Asaf Quintero