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Los medios de comunicación a diario informan sobre las mutuas recriminaciones entre los diferentes organismos estatales de La Guajira ante la crisis alimentaria, y muy rara vez escuchamos la voz de dirigentes de la etnia wayuu a los cuales se los margina y su voz no es escuchada desde la época de la Colonia, ya que la región de los wayuu era lejana y olvidada que no ofrecía tierras productivas ni riquezas, y por ello fueron abandonados a su suerte.

El wayuu no conoce el concepto moderno de Estado, para él no existen fronteras, su territorio es ese desierto peninsular caliente, seco e inhóspito, de escasas y mal distribuidas lluvias. Su nacionalidad es su clan (eirruku) o nombre de carne, como son Epieyu, Pushaina, Ipuana, etc.

Las políticas propiciadas desde el siglo XIX por el Estado y las misiones católicas motivaron enfrentamientos culturales, creando un fuerte impacto cultural negativo al introducir creencias religiosas, acompañadas de la ética y moral cristiana diferente de la ética y sistema de valores wayuu, y relegando casi al olvido el wayuunaiki, la lengua del wayuu.

Las sequías y el hambre han sido y serán efectos involuntarios pero eficaces al poner en peligro su supervivencia; el agua –elemento vital para el indígena y sus rebaños– cada día escasea más por las actuales condiciones climáticas y las constantes presiones a que están sometidos por parte de los forasteros.

El mestizaje (wayúu/alijuna) ha tenido una influencia no siempre benéfica para el wayuu por la ambigua identificación social del mestizo, que al aparecer cada vez y en mayor número es parte de su hábitat, y siendo conocedores de las dos culturas se aprovechan en muchos casos de ese dominio en detrimento de su economía y cultura, situación cada vez más relevante ante la rampante corrupción cohonestada desde los estamentos del Estado. El wayuu siempre ha desconfiado del alijuna por sus experiencias ancestrales, y esta desconfianza no es fácil de vencer. Si el Estado escuchara de la voz de la única autoridad entre los wayuu, el palabrero (putchipu), sus necesidades de supervivencia y su voluntad como etnia de ver respetados sus derechos culturales, se evitaría otro de los tantos ‘etnocidios culturales’ que han sufrido los indígenas colombianos.

Alessio Mazzanti Thiault