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En ocasiones me resguardo en la imaginación para afrontar la realidad. Para escapar del mundo de las mentiras, idealizado por los insensatos del egocentrismo. Sin embargo, parece una epopeya luchar contra el hombre moderno, contra sus aspectos económicos. Influenciados claro está por la sociedad o la forma en que se vive. En ese punto, es donde las cosas a la antigua encuñadas como una moneda; ganan más valor, en el que el discernimiento del hombre medieval estaba fuertemente entrelazado por la naturaleza. De modo que, con lo expuesto en mi argumento. Prefiero estar a la sombra en un mundo donde impera el narcisismo, la codicia por el oro, la sed por el carbón y el hambre por los cultivos industriales que provienen de los páramos. Pero, el egoísmo infundido no nos deja ver más allá de nuestras propias narices. Ignorando que estos ecosistemas. Son la continua provisión de agua en cantidad y calidad, así como del almacenamiento de carbono atmosférico que ayuda a controlar el calentamiento global. Sin dejar por fuera del inventario, que más del 70% del abastecimiento del líquido de este país depende de nuestro complejo de paramos. Los cuales, generan también el nacimiento de lagos y ríos. He ahí la importancia de salvaguardar estos matorrales de montaña; es defender el agua y la vida misma. En vista de, que, libramos una contienda no contra sangre y carne. Sino contra los gobiernos, contra las autoridades, contra los gobernantes mundiales. Una batalla que solo el todopoderoso puede ponerles fin a las maquinaciones del diablo.

Thiago Bettin