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Tarde de toros en la Heroica de Cartagena de Indias. Entra la cuadrilla remolcando al toro y lo deja en el centro del ruedo. ¡Ole! Ruge enardecido el respetable. Llega el diestro con su muleta y su capote y se coloca a distancia del toro, cerca al burladero. Fuerte ovación. El toro lo mira fijamente, escarba la arena con sus patas y le dice: comencemos de una vez y lo que ha de ser que sea. Vienen los banderilleros y con pasmona habilidad clavan cuatro espadas y con puntas aceradas sobre el lomo del gladiador toreado. Le fluye abundante sangre y la víctima empieza a debilitarse antes de iniciarse el duelo. Comienza la faena con pases de muleta verónicas. Como la tortura ha de ser lenta y prolongada irrumpe el rejoneador montado en poderoso caballo, armado con garrocha de dos metros y punta de acero, instrumento abominable de tortura, la que clava y retuerce una, dos, tres veces rompiendo las carnes del toro y extrayendo su sangre, debilitándolo y situándolo en condiciones de inferioridad frente al verdugo, quien da por terminada la tortura. Empuña el estoque de la muerte y lo enfila frente a los ojos del toro, quien lo mira y le implora piedad diciéndole: indúlteme. El torero alza la mirada hacia el palco del Alcalde, suprema autoridad taurina, para que decida el indulto. El Alcalde se conmueve, piensa, medita como queriendo indultarlo, pero la turba enloquecida, enceguecida, embriagada por el licor y la sangre del toro a la par del Circo Romano brama enfurecida: Muerte, Muerte. El Alcalde baja el pulgar, el torero hunde el estoque sobre la nuca del toro y con su muerte finaliza la tortura. Este episodio abre el camino de las tantas muertes y torturas anunciadas para las ciudades de Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena, Manizales, propiciadas por la Corte Constitucional, quien confirmó la sentencia No. C.666/10 de 2010, por la que autorizó las corridas de toros, que estaban prohibidas, en localidades donde, según ella, el espectáculo tenga arraigo ambiental o cultural, lo que entraña tortura, maltrato y muerte de animales bajo el disfraz habilidoso del arraigo ambiental o cultural.
Si queda un ápice de sensibilidad con los animales, el pueblo debe protestar por tamaño desafuero de quien debe dar ejemplo y atacar las normas estatuidas en la constitución y las leyes, como supremo Tribunal de Justicia.

Aurelio Mantilla Correa
auremantilla@hotmail.com