Quien no permanezca en Barranquilla y la visite periódicamente seguramente ha notado que cada vez el flujo vehicular es mayor, que los peatones son cada vez menos, que ya no huele a hojas frescas sino a combustible, que no se escucha la música característica de la región sino los pitos de motos y carros, que la tranquilidad y bacanería con las que es reconocido al barranquillero, y de las que se contagia el que vive aquí, han sido desplazadas por el mayor de los males modernos: el desespero, como efecto colateral colectivo.
La tesis común de que en Barranquilla hay un problema de movilidad debido a la falta de carreteras adecuadas, de avenidas, y de puentes es cuestionable al acudir al paradigma mercantilista de que “todo el que progrese debe tener un vehículo”, y si la meta de las políticas es lograr un progreso sostenible, si todos progresamos y tenemos un vehículo, en definitiva no cabremos.
Un vehículo es sinónimo de estatus, comodidad, rapidez con respecto a otros que no lo tienen, es decir, refuerza nuestro ego.
¿Qué hay de los efectos colaterales individuales?, por ese problema del ego resultan unos efectos interesantes:
– En Barranquilla resultan más propietarios de vehículos que de vivienda.
– Los beneficios de la comodidad al conducir se pierden con el estrés causado por el desespero en la congestión vehicular.
– La mayoría de vehículos nuevos se obtienen mediante un crédito a largo plazo, resultando en individuos endeudados y angustiados.
En conclusión, la intensión no es decirle que tire su vehículo, y menos si lo debe; la invitación es a pensar en un estilo de vida más saludable tanto individual como colectivo.
A volver a caminar o andar en bicicleta y disfrutar de ello. Hay países en donde se ha debido luchar contra lo que ahora estamos creando, y han aprendido a dar un trato más respetuoso al medio ambiente y a sí mismos. Recuperemos nuestra bacanería.
Vladimir J. Arias L.