A mediados de los 70, este municipio se convirtió en el primer productor de algodón en Colombia. En esa época de bonanza eran sembradas unas 70.000 hectáreas y la producción de la mota blanca era tan grande que incluso llegaba gente de todos los rincones del país a trabajar en los extensos campos, siendo un territorio de progreso.
Pero llegaron la apertura económica, el cambio climático, la violencia y las plagas y dieron al traste con todo. De los 4.000 productores que en sus años dorados tuvo el algodón en esta localidad, solo queda uno. A pesar de la crisis ha logrado mantenerse, fruto de lo que, tal vez, los demás no hicieron: implementar todos los eslabones de la cadena de la producción para soportar los
Tiempos difíciles. David Hernández Gómez, o el ‘capitán’ Hernández, como conocen en la región al último algodonero de Codazzi, comenzó como piloto de avionetas fumigadoras del cultivo; luego, mientras continuaba su labor aérea, se dedicó incipientemente a la siembra y durante 35 años ha permanecido en la actividad.
'Todavía tengo la esperanza en la redención del algodón', dice como prueba viviente del auge que tuvo la fibra en este territorio donde hoy las estructuras que dinamizaron la producción son ruinas enmontadas, invadidas y hasta guarida para el consumo de drogas.
'Insistimos bajo todas las circunstancias sin la ayuda del Estado. El Gobierno se olvidó no solo del algodón, sino de casi todo el sector agropecuario, que ha ido desapareciendo porque no se tomaron decisiones acertadas, ni llegaron las ayudas; sin embargo, aquí estamos demostrando que aún se puede salvar', enfatiza.
MENOS CULTIVOS. En Codazzi hoy solo se siembran 400 hectáreas en las tierras de Hernández. Son las únicas que dejan cosecha para comercializar con la industria textilera del país, que se ha visto obligada a importar debido a la caída del producto. 'Colombia no produce ni el 30% del algodón que necesita', reflexiona el empresario.
Dice que para sobrevivir en medio de este desolador panorama ha tratado de implementar todos los sistemas de la producción a través de una empresa familiar. 'Tenemos la maquinaria, la tierra, una desmotadora, bodegas, dos avionetas y también tenemos garantizada la venta de la cosecha. Por eso no hemos dejado acabar el cultivo en Codazzi', afirma.
RECUERDOS DE BONANZA. Arnaldo Dávila Rodríguez, extrabajador de la Central Algodonera, Cenalgodón, de la cual quedan las ruinas en Codazzi, sostiene que en los tiempos de bonanza almacenaban hasta 3.000 toneladas en estas bodegas, Allí funcionaban cuatro desmotadoras, una báscula, que aún sirve, y se generaban 125
empleos directos.
En el campo la gente no daba abasto. Se requerían tres jornaleros por hectárea, lo que para la época demandaba unas 210.000 personas. 'Aquí venía gente del Atlántico, Tolima, los santanderes y otras regiones', recuerda.
Hernández señala que en los 60 y 70 el algodón movía toda la economía en Codazzi, desde los mercados hasta las cantinas. 'Esto era un movimiento impresionante, llegaban ingenieros agrónomos, pilotos y jornaleros de todas partes', dice.
Entre 1960 y 1984 la Federación Nacional de Algodoneros tuvo en Codazzi su mayor auge. Hoy sus instalaciones están lejos de la próspera infraestructura que movía miles de millones de pesos con la producción y comercialización de la fibra. A cambio, en las ruinas de las grandes bodegas, en sus alrededores, se ubican decenas de familias invasoras. El barrio fue bautizado ‘La Guitarra’.
LA RUINA. En 1953 empezaron a llegar los primeros tractores, los campos en Codazzi se forraron de blanco y se convirtió en el principal productor nacional de algodón.
Casi dos décadas después comenzó la crisis y toda la riqueza y dinamismo económico se debilitó. Entre 1991 y 1992 los productores perdieron más de $20.000 millones debido a las insuficientes medidas del Gobierno para enfrentar la sequía del fenómeno de El Niño, la apertura de la economía, el recrudecimiento de la violencia y la aparición de cultivos ilegales a pocos kilómetros de allí, en la serranía del Perijá.
Cenalgodón cerró las desmotadoras en Valledupar, Bosconia, El Copey y Codazzi. La caída de la producción en casi un 50% era el principio del fin de los años dorados. Todo se vino a pique. De la desmotadora también solo quedan los recuerdos. Rafael Mendoza, a sus 70 años, no olvida que 'los camiones hacían fila para cargar el algodón'.
¿PUEDEN RESUCITAR?. La decadencia dio al traste con empresas tan significativas como la Corporación Algodonera del Litoral, Coral, con una infraestructura abandonada.
El panorama ahora es triste. Las tierras de cultivo están áridas, muchas llenas de maleza como el llamado algodón de seda; otras fueron reutilizadas para la ganadería y el cultivo de palma de aceite. Ya nada volvió a ser como antes.
Acostumbrado a no darse por vencido, Hernández cree que no todo está perdido. Hoy el aumento del precio del dólar le ha permitido ser competitivo. 'Con el alza, a las empresas les resulta mejor comprar a los productores nacionales que importar la fibra, pero es algo de doble filo porque la materia prima y los insumos también se incrementan', señala.
Es que si el Gobierno realmente establece políticas de fondo, 'no pañitos de agua tibia', y los productores cuentan con la estructura, el 'algodón puede resucitar'. De lo contrario en el país casi todos se verían condenados a desaparecer.
'El precio internacional ahora comienza a ascender, los países han ido agotando la existencia de algodón y son condiciones favorables para este sector', reafirma Hernández, quien transmite su optimismo a sus descendientes. Su hijo David también es productor y coincide en que sin políticas de Estado este renglón difícilmente pueda mantenerse y alcanzar mayores niveles de producción, a pesar de que tiene una alta demanda en el mercado interno.