Justiniano Ibarra tiene 70 años, de los cuales lleva más de 40 viviendo en La Jagua de Ibirico, en el centro del Cesar, reside a un lado de la carretera que conduce al corregimiento de Boquerón, por donde cada cinco minutos pasan las tractomulas que sacan el carbón de las minas.
Al frente de su casa funciona un bar donde observa emborracharse a los trabajadores que vienen cargados con fajos de billetes tras largas jornadas de labores en los yacimientos, rodeados de hermosas mujeres que ofrecen servicios sexuales, muchas de ellas de origen venezolano. 'Esto está perdido', expresa este curtido albañil, quien ha sido testigo de la transformación social que ha tenido el pueblo con el boom del ‘oro negro’.
Reconoce que el carbón ha traído riquezas para algunos, pero también grandes males. 'Este era un pueblo normal, la gente vivía de la agricultura y de manera tranquila, pero ahora son muchos los que han venido atraídos por la bonanza y con ello una descomposición que antes no se veía; hay prostitución, drogadicción, delincuencia, hogares destruidos, contaminación y desempleo', precisa Justiniano añorando los tiempos en que se ganaba la vida pegando ladrillos.
Y es que esta situación no es la percepción de un simple lugareño. La Secretaría de Salud del Cesar alertó sobre el aumento de los casos de drogadicción, violencia intrafamiliar e ideación suicida en el corredor minero que comprenden los municipios de Chiriguaná, El Paso con su corregimiento Loma de Calenturas, La Jagua de Ibirico y Becerril, donde se concentra la zona de explotación del carbón.
En el terreno, la Comisaría de Familia en La Jagua de Ibirico da cuenta de estas y otras realidades. 'Diariamente atendemos entre siete y ocho conciliaciones, la mayoría por cuotas alimentarias, violencia intrafamiliar y liquidación de sociedad patrimonial, problemas de drogadicción y algunas más delicadas como la violencia sexual en menores de edad', dice con preocupación la comisaria Dinellys García Marrugo.
'Para nadie es un secreto que la mayor producción en La Jagua de Ibirico viene del sector minero, y son los trabajadores los que se relacionan en gran parte de los casos', precisa la funcionaria, quien coincide en afirmar que cuando existe un mayor flujo de dinero, que además atrae a personas de distintas culturas, se presenta este tipo de situaciones. 'Tenemos incluso el consumo de bóxer, hemos identificado dos o tres casos, algo que antes en este municipio no se conocía', dice.
Un corredor de ‘Babel’
La bonanza del carbón ha convertido a los municipios mineros en un corredor de ‘Babel’, donde convergen personas de diferentes latitudes no solo del resto del país, sino de otras nacionalidades. EL HERALDO abordó a dos mujeres que llegaban a un burdel de La Jagua de Ibirico en busca de ‘trabajo’.
Dicen llamarse ‘Diana’ y ‘Patricia’, aseguran que ya venían de Loma de Calenturas, cerca de las minas de carbón, donde estuvieron una temporada. 'Nosotras estábamos en Ciénaga (Magdalena), pero una amiga nos dijo que nos viniéramos para acá, porque aquí se mueve más el dinero', precisó ‘Diana’. Como ella, son muchos los que han llegado en busca de oportunidades de obtener dividendos de todo ese dinamismo económico que permite el ‘oro negro’.
En medio de esto también se desarrolla el comercio de todo tipo de productos, hay alquileres de habitaciones, de casas; se ofrece lavado de ropa, alimentos y todo lo que pueda dejar ganancia por parte de los trabajadores mineros.
Pero una de las situaciones más preocupantes, es que se presente violencia y abuso sexual en menores. De acuerdo con la comisaria de familia Dinellys García, los casos van en aumento y relaciona que en 2013 se atendieron 13, en 2014 fueron 16, en 2016 se incrementaron a 21, en 2017 a 33 y en lo que va de este año ya se contabilizan 26. 'Tenemos algunos casos donde los presuntos abusadores trabajan en el sector minero', afirma la funcionaria. Reconoce que antes había una modalidad, que ya ha ido bajando, y es que 'mamitas que se dedicaban a lavar uniformes y ropa de los trabajadores mineros, cuando las iban a entregar mandaban a sus hijas de 12 y 13 años, les decían vaya con el short más corto, o dígale al señor que no tenemos para el almuerzo; y situaciones como estas facilitan que estas personas consuman este tipo de delitos'.