Como ocurre con el combustible de contrabando, los semovientes son llevados hasta Montelara, en Venezuela, cerca de la frontera con La Guajira, de donde hacen tránsito a territorio nacional. Esta es una de las principales rutas por donde ingresan gasolina, ACPM y ganado de manera ilegal al departamento del Cesar.
En ese punto, los contrabandistas se ramifican; mientras el hidrocarburo es subido en canecas a camiones y camionetas que toman rumbo por las trochas; el ganado después de un reposo, inicia la travesía, siendo arriado a pie y a lomo de caballos por otros caminos, algunos por donde no pueden pasar ni vehículos; pero a lo largo del trayecto, a diferencia del combustible, los animales son dejados en fincas, del lado colombiano, en la franja limítrofe, a la espera de pactar negocios con los comerciantes que falsifican documentos y marcas para ingresarlas a Colombia por La Guajira.
Entre tanto, la gasolina y el ACPM procedente de Venezuela llegan a centros de acopio más allá, en Cuestecitas, La Guajira. En Montelara, camionetas 350 y Tritón, de modelos recientes, pueden cargar hasta 50.000 galones de combustible o más, dependiendo del número de vehículos, siguiendo las trochas, por donde entra el hidrocarburo de contrabando. Ya en Cuestecitas, hacen una parada, y luego se redistribuye hacia el Cesar.
Frente a los controles, los contrabandistas han recurrido al ingenio para seguir pasando combustible ilegal a este departamento y de ahí a otros entes territoriales. Buses de pasajeros con caletas, automóviles con tanques ampliados, camiones de carga que camuflan el hidrocarburo con productos no perecederos y hasta el uso de grúas, simulando quedar ‘varados’ en las vías, son algunas de las estrategias puestas en evidencia.
Lo ocurrido hace menos de 15 días en La Guajira, donde un bus de servicio interdepartamental chocó con una camioneta Ford 350, cargado con combustible ilegal, dejando cinco personas muertas y más de 40 heridas, es un campanazo de alerta; los automotores repletos de gasolina o ACPM de contrabando se convierten en ‘bombas rodantes’ que ante cualquier impacto podrían estallar.