Esa pieza de nuestro cuerpo que muchas veces pusimos debajo de la almohada esperando por el Ratón Pérez y su recompensa, la que después, en nuestra adolescencia o adultez, sometimos a procedimientos de ortodoncia para que se ubicara de manera adecuada y que más tarde, siendo adultos, perdimos con el paso de los años, es la herramienta empleada por un grupo de investigadores para estimar el sexo de los restos óseos humanos hallados en contextos arqueológicos.
De una conversación con nuestros amigos pueden surgir muchas ideas. Algunas veces 'arreglamos el mundo', para minutos después volver a la realidad. Pero de ahí siempre quedan algunos planes, dudas e inquietudes, incluso en el caso de un científico.
En una de esas charlas fue donde nació una investigación dirigida por el doctor Glendon Parker de la Universidad de California en Davis. Él, doctor en biología molecular, habló con Haagen Klaus y una colega suya, Jane Buikstra, en medio de un encuentro calificado como 'muy emocionante', según contó en diálogo con EL HERALDO. Ahí lograron construir un concepto que partiría de algo tan pequeño como un diente y trasladaría cerca de 7 mil años al pasado a los investigadores y descubrir el sexo biológico de esas muestras.
¿Y para qué queremos saber si son de hombre o mujer? Estimar el sexo de los restos humanos es importante para los arqueólogos que quieren entender las sociedades y los pueblos del pasado.
Generalmente, la bioantropología puede registrar diferencias entre hombres y mujeres a partir de las variaciones en la forma y estructura de la pelvis y el cráneo. Pero con los esqueletos de niños y adolescentes es diferente, debido a que estos aún no muestran estos cambios. Además, el principal factor es que, con frecuencia, en los lugares solo se hallan algunos huesos muy fragmentados. Ahí es donde
los dientes, la estructura más fuerte del cuerpo humano, desempeña un importante rol para estos profesionales.
Los dientes se conservan bien y se encuentran a menudo en sitios arqueológicos. De esa pieza se pueden encontrar múltiples características de una sociedad.
Los patrones de desgaste en el diente pueden dar luces sobre la dieta. También su morfología puede establecer la ascendencia o filiación poblacional –esto debido a que algunas poblaciones tienen pequeñas variaciones en la forma de los dientes–. Otro elemento es que al analizar la placa que se adhiere al diente se pueden descubrir las bacterias en la boca de la persona y los fitolitos y almidones de las plantas que consumían. Adicionalmente, con técnicas radiocarbónicas se puede establecer la antigüedad de los enterramientos y los datos de isótopos estables brinda información sobre el tipo de dieta y los patrones de movilidad que una persona tuvo en el paisaje. De saber esto a la hora de mudar los dientes, podría cotizarse al alza el valor debajo de la almohada.
A todo lo anterior se le agrega el hallazgo del doctor Parker, profesor adjunto de toxicología ambiental en la UC Davis, quien junto a Julia Yip, estudiante del programa de postgrado en ciencias forenses, desarrollaron un nuevo método que utiliza espectrometría de masas sensible para medir las proteínas que están en el esmalte de los dientes. ¿Cuáles? Las amelogeninas, cuya función principal es participar en la formación de ese esmalte.
Sin embargo, los genes para estas proteínas están localizados en los cromosomas X y Y que determinan el sexo biológico en los humanos –aunque la amelogenina no tiene nada que ver con esto–. Entonces es como las mujeres tendrán amelogenina-X en sus dientes, mientras que los hombres deben tener las versiones X y Y de la proteína. ¡Voilà'! Así es como, a través de pruebas de laboratorio un diente de hace quizá miles de años da luces sobre una sociedad a través de la determinación del sexo biológico de aquellos restos.