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Por Celmira Figueroa

Especial para El HERALDO

Cúcuta, enclavada en la cordillera oriental, es considerada la frontera más viva de Latinoamérica y es muy apetecida por su ubicación estratégica.

Articula su comunicación terrestre con Venezuela por tres puentes que se extienden como brazos: el Francisco de Paula Santander, el Simón Bolívar y Tienditas.

En otrora atrajo a muchas personas de otras regiones del país que querían usarla como paso para cruzar al petrolero país vecino en busca de oportunidades o como refugio ante amenazas o persecuciones. Muchos conquistaron sus objetivos y echaron raíces convirtiéndose en colombo-venezolanos. Otros retornaron décadas después decepcionados ante la devaluación de la moneda, el bolívar.

Carente de industrias, pero motivada por un comercio avivado por los venezolanos, Cúcuta se olvidó de crear empresas y vivió hasta hace unos cinco años metida en esa ‘burbuja’ de cristal. Los que invirtieron ‘al otro lado’ se fueron a pique y con las manos vacías han arañado día a día, en esta franja fronteriza, para conseguir el pan diario, acrecentando la informalidad laboral y el desempleo, en los que desafortunadamente no sale del top 3.

Antes rodaban por las calles de Cúcuta y su área metropolitana solo carros con placas venezolanas y los ‘alimentaban’ de gasolina en las bombas fronterizas ubicadas en Ureña y San Antonio del estado Táchira. Ahora las concesionarias han puesto sus ojos en esta capital llenando ese vacío y ‘ruedan’, ahora sí, placas colombianas.

La considerada ‘Ciudad Verde’, porque en cada metro de distancia hay plantado un árbol, se levantó, también como el Ave Fenix de entre las cenizas que dejó el devastador terremoto de 1875. Y se sigue sacudiendo de todas las ‘plagas’ que han tratado de borrarla del mapa como la disputa permanente de territorio protagonizada por grupos ilegales como el Eln, el Clan del Golfo, Los Pelusos y bandas criminales.

A pesar de que su río Pamplonita no es abundante como el Magdalena tiene un melecón que lo bordea unos dos kilómetros y que ha servido de atractivo. Allí se concentran, por las noches, los jóvenes que dan rienda suelta a la diversión o simplemente se dan cita en los numerosos restaurantes que abren sus puertas con variedades de comidas a la carta.

Cúcuta, capital de Norte de Santander, es la única ciudad fundada por una mujer: Juana Rangel de Cuéllar. Y, los domingos, han vuelto a tener sentido para los hinchas de su equipo roji-negro que regresaron al estadio General Santander a llenar las gradas como en las épocas gloriosas.

Hoy, el panorama se torna claro-oscuro ante la avalancha permanente de migrantes venezolanos. Se ven a diario romería de grupos, conformados por niños, jóvenes, adultos, con sacos al hombro, deambulando sin dirección, en busca de refugio, huyendo del régimen de Maduro. Algunos cruzan por el puente San Antonio que sirve de cordón umbilical entre San Antonio del Táchira y Villa del Rosario, la tierra natal del general Santander.

Otros ingresan por las trochas, atraviesan el río, casi seco, y llegan hasta el corregimiento La Parada a surtirse de alimentos, los mismos que se adquirieron en Venezuela. Y los que aún conservan fortuna se trasladan a los centros comerciales de Cúcuta.

También entran por el puente Francisco de Paula Santander, que une a Ureña con Cúcuta, en busca de educación, medicina y alguna oportunidad de trabajo.