Ya son millones las personas que se identifican con la consigna: “No a la violencia contra la mujer” o “Ya no podemos callar”. Teóricamente se impone en la conciencia de muchos el deber de respetar la dignidad de la mujer y de luchar en contra de la violencia contra ellas, bien sea en el seno de la familia, bien en la vida laboral y profesional o en cualquier lugar de la sociedad.

Lo primero que debemos combatir es el complejo de superioridad de muchos hombres con respecto a la mujer, que tienden a colocarla en un segundo plano y a tratarla como si su única misión fuera hacer la vida agradable a su marido, a su padre, a sus hermanos, a su jefe. La mujer, como objeto que pertenece al hombre, a quien debe mostrarle sumisión y respeto o en caso contrario, el varón se considera con derecho a recurrir a la violencia. Es hora de decir serenamente, pero con toda la fuerza, que NO, a este tipo de conducta. El mensaje debe llegar también a la publicidad y la industria del consumo y de la diversión, en donde han hecho que la mujer juegue el papel de maniquí, de objeto atrayente que exhibe su cuerpo para atraer la mirada concupiscente hacia cualquier producto: sin distinguir qué es en verdad lo que se quiere vender.

Es un fenómeno tan grave y persistente que hace urgente el compromiso de convertirnos todos en promotores de una cultura que reconozca a la mujer la respetabilidad que merece, en el derecho y en la realidad concreta. A la ley, con toda la severidad de la justicia. Y a los ciudadanos, ejerciendo una vigilancia continua y manifestando en público y en privado el rechazo a cualquier tipo de violencia, tanto física como verbal. Guardar silencio al respecto se puede convertir en un grave pecado de omisión y una injusticia.

Por Javier Abad Gómez
javier.abad.gomez@gmail.com