Pocos discuten hoy la afirmación de que en la raíz de la crisis económica hay una crisis moral. Warren Buffet, el tercer hombre más rico del mundo, según la lista Forbes, declaró en mayo de 2009, refiriéndose a las causas de ‘la gran recesión’: “Pienso que muchas personas del mundo financiero están relacionadas con la crisis en parte por avaricia, en parte por estupidez y en parte porque había gente que decía que era otro quien estaba haciendo lo que no tocaba hacer”.

Lo dice alguien que trabaja para ganar dinero y tiene por qué saberlo: la corrupción social tiene una raíz moral. Siempre han existido los avaros, los ignorantes, los mentirosos y los irresponsables: lo doloroso es que ahora muchos de ellos están marcando el paso en nuestra sociedad. Por esta razón parece indispensable que el Estado, los ciudadanos, las instituciones y las familias aborden el tema moral como una prioridad necesaria, ya que la deshonestidad tiene muchas y variadas raíces.

Dejar de pensar en cuánto puedo tener y darle más importancia a cómo debo ser, a cuáles deben ser las normas de mi comportamiento y cómo distinguir entre lo que es correcto y lo que no lo es, lo justo o lo injusto. Topamos aquí, como siempre, con la educación: estas distinciones solo se adquieren cuando en el hogar y en el colegio se cultivan las virtudes necesarias para una convivencia civilizada.

Cuando padres y educadores concuerden en la necesidad de forjar el carácter y la voluntad, en premiar la generosidad, la solidaridad, el espíritu de trabajo, el desprendimiento personal, la capacidad de sacrificio, de tal manera que se vayan erradicando los pequeños vicios que acaban deformando la personalidad: el fraude en los exámenes, las mentiras, la competencia académica, el afán por los primeros puestos, la obsesión por conseguir objetivos sin luchar. Cuando esto se logre, estaremos en el camino adecuado para erradicar la corrupción.

Por Javier Abad
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