En la columna anterior dejé planteado que diría algo con respecto a lo que denomino malentendido amor y riesgo de suicidio en menores, porque la frecuencia estadística en las noticias o en la consulta médica obliga a expresar, por lo menos, un grito de alerta.

Es rasgo cultural machista en nuestra sociedad inducir tempranamente al hijo varón en los enredos del amor y la sexualidad más como un afán de los padres que como una necesidad del chico. Con la hija es diferente, es cuidada, protegida, atemorizada acerca del amor y la sexualidad. Los padres se sienten mejor si su hijo es varón que si es hembra, hay la creencia tácita de un poder en el hombre y de una sumisión en la mujer en todos los aspectos de la vida, con énfasis especial en la sexualidad. El hombre es quien manda en todo, se les dice. Esta es para mí la primera gran distorsión de lo que creemos y enseñamos sobre el amor a los menores, porque se basa en una desigualdad de género a favor de los hombres con el otorgamiento injustificado de un poder que no es biológico sino cultural.

A propósito de lo biológico, sostengo que a un chico no debería permitírsele tener un noviazgo hasta cumplir la mayoría de edad, 18 años, porque antes no tiene la madurez requerida para sostener algo tan complejo como una relación con una chica a la que debe, ante todo, respetar. Porque el noviazgo deber ser la escena perfecta para que el muchacho aprenda una de las lecciones más importantes en las leyes del amor: aplazar el principio del placer para que el momento de mayor intensidad no sea lo que se siente del ombligo para abajo, que es deliciosamente reptiliano, sino que ascienda a otros niveles del emocionar, como el cardíaco, para utilizar la vieja metáfora del corazón como órgano que refleja las emociones del sistema límbico, o como el cerebral en donde se encuentra significado al detalle, la tarjeta, el peluche, y también, a la reflexión, la autocrítica, la responsabilidad en la relación. ¿Un chico de 16 años está capacitado para manejar tal complejidad emocional? No, por muy madurito que sus padres lo crean. A duras penas el de 18. Lo delicado aquí es que no está solo en la relación y en su inmadurez emocional y sexual puede hacer sufrir a la chica que se convierta en su novia, o sufrir él, algo que no debería hacer parte del supuesto noviazgo.

Si antes no funcionó la educación sexual que se impartió en casa y en el colegio, ahora menos. Nunca se ha podido controlar el impacto de la pornografía desde cuando se publicó por vez primera. En nuestra época teníamos acceso, a lo sumo, a una revista de Playboy para todos; hoy, cada chico tiene acceso al nivel de pornografía que quiera en cualquiera de los aparatos electrónicos que manejan a diario, pueden ver mucho más de lo que nosotros vimos, los atrasados en esto somos los adultos.

Ante la carencia de un programa familiar, escolar o estatal para abordar lo concerniente a la sexualidad de niños y adolescentes en este siglo, propongo el concepto del amor triúnico como una manera en que padres y profesores pueden explicar a los menores ese alud de emociones confusas que nunca hemos podido descifrar: son diversos los niveles en los que se ama, genital, cardiaco y cerebral, y el amor debería ser el equilibrio entre esos 3 dominios en él, en ella y en la relación.

Por Haroldo Martínez
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