La fe es luz: no es oscuridad en la que se navega en contravía de la razón. Es la primera idea que aparece en la Encíclica del papa Francisco. La fe es respuesta al amor que Dios ofrece al hombre haciéndose presente en esta tierra nuestra, por medio de su Hijo Jesucristo.

Amor descrito con los rasgos de un Padre que lleva de la mano a su hijo. Creer significa confiarse a un Dios misericordioso que siempre acoge y perdona, sostiene y orienta la existencia, se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido de nuestra historia. La fe es un don gratuito de Dios que exige humildad y el valor de fiarse para ver el camino luminoso del encuentro con Dios. Escrita a cuatro manos, esta Encíclica tiene su origen en Benedicto XVI, con la que completaba la trilogía iniciada con Dios es amor y Salvados por la esperanza.

El papa Francisco recibió el texto de su antecesor y lo completa con sus aportaciones, que tienen su sello personal. Una visión profunda –teológica y bíblica– de la fe. Pero no solo eso: “La fe es un bien para todos, un bien común: no sirve únicamente para el más allá, sino que ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza”. Por eso ofrece luces para mejorar las relaciones familiares, vivir la solidaridad social, alcanzar la paz.

Nos lleva a respetar la naturaleza, reconocer en ella una gramática escrita por Él y una morada que se nos ha confiado para cultivarla y salvaguardarla; invita a buscar modelos de desarrollo que no se basen solo en la utilidad y el provecho; enseña a identificar formas de gobierno justas, orientadas hacia el bien común. Hace posible el perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso, y abre un resquicio de luz y de esperanza para el hombre que sufre. Un texto lúcido y sencillo que vale la pena meditar.

Por Javier Abad Gómez
javier.abad.gomez@gmail.com