Tres sucesos de cine-realidad, registrados en ‘el periódico de ayer que nadie quiere ya leer’, me obligan a comentar, nuevamente, como en un ritornello melancólico y triste, la situación de desamparo que vive la niñez invisibilizada en circunstancias que solo son de película de terror. Esos sucesos son:
Primera escena. La Serpiente de Canada. “Dos hermanitos murieron mientras dormían, estrangulados por una serpiente pitón de 45 Kilos que escapó de una tienda de mascotas salvajes cercana al lugar donde dormían los niños, informaron autoridades de Canadá” (Ver EL HERALDO, 7 de agosto 2013. Pag. Mundo). Segunda escena. La Serpiente de la selva colombiana. En el periódico El Tiempo, el excomandante del Ejército colombiano General Sergio Mantilla dio la siguiente declaración sobre la guerrilla: “Reemplazan los hombres que pierden con niños, porque siguen reclutando a menores. Veo un panorama gris para las Farc”. (Ver pag. 6 del 7 de agosto del 2013). Tercera escena. La serpiente del hambre. En la columna titulada “Sur del Atlántico: no hay derecho” del colega y amigo Horacio Brieva leí: “pero nada borrará el sufrimiento que han padecido en esos nidos de infierno, donde vi una nenita comiendo tierra, donde ya no llegan ayudas alimentarias” (Ver EL HERALDO, 7 de agosto de 2013).
Estas tres escenas de vidas paralelas, muy seguramente de vivir Luis Buñuel las estuviera libreteando para incluirla en una nueva versión de su célebre película Los Olvidados. Escenas que en blanco y negro nos produjeron lágrimas y nos harían apartar la mirada de la pantalla donde ‘los nuevos olvidados’ se exhiba con sala llena. Pero desgraciadamente es una realidad de cada día: la de los niños olvidados hasta en su dormir por padres, la sociedad y el Estado.
En una de mis lejanas lecturas de Aristóteles, el gran clasificador de la naturaleza en la Antigüedad hasta el punto que llamó al hombre “animal político”, aprendí que la serpiente es un reptil frío, cuya helada sangre se desplaza lenta en su extenso cuerpo con tanta lentitud que hace, casi interminable, su proceso de reproducción. No dispara ‘espermatozoides’, los incuba. Por ello se explica en su desplazamiento calculado, de sorpresa, su vida subterránea y su vivir enroscada para acumular calor y atacar.
Esas características naturales de semejante reptil, al parecer se encuentran en el humano que imagino, por las escenas contadas en ‘el periódico de ayer’, estrangula niños que aún no han podido dormir con sus sueños, como lo hizo la pitón birmana con los niños en Canadá.
El hambre y la guerrilla más vieja del mundo están estrangulando a los niños en el Sur, aún inundado de esperanzas, del Atlántico y en el Sur profundo de las selvas colombianas. Y lo doloroso es que los están matando ante los ojos de todo el mundo. Que indiferente sigue creyendo que los niños, la niña que come tierra en Santa Lucía y los niños uniformados de guerrilleros, no son de este mundo, sino personajes oscuros de una película de terror. Hasta cuándo vamos a seguir siendo indiferentes frente a esa realidad de olvido e invisibilidad para con los niños. Nuestra serpiente sigue presente. A la de Canadá la mataron.
Por Gaspar Hernández C.
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