Hace pocas semanas el papa Francisco habló de ecología como una cuestión de conciencia moral. “Cuando hablamos de ambiente, de la creación, pienso en las primeras páginas de la Biblia, en el libro del Génesis, donde se afirma que Dios puso al hombre y a la mujer en la tierra para que la cultivaran y la cuidaran.
Y me pregunto: ¿Qué significa cultivar y cuidar la tierra? ¿Estamos realmente cultivando y cuidando la creación? ¿O la estamos explotando y descuidando?” Cultivar y cuidar la creación -explica el papa- es una indicación de Dios, dada no sólo al inicio de la historia, sino a cada uno de nosotros; es parte de su proyecto; quiere decir hacer crecer el mundo con responsabilidad, transformarlo para que sea un jardín, un lugar habitable para todos. Recordó Francisco las muchas veces que Benedicto XVI dijo que este cometido encomendado por Dios Creador requiere seguir el ritmo y la lógica de la creación.
Nosotros sin embargo nos dejamos llevar a menudo por la soberbia del dominar, del poseer, del manipular, del explotar; no la cuidamos, no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que debemos cuidar. Estamos perdiendo la actitud del asombro, de la contemplación, de la escucha de la creación, y así no conseguimos ver lo que Benedicto llama “el ritmo de la historia de amor de Dios con el hombre”. ¿Por qué sucede esto? Porque pensamos y vivimos horizontalmente, nos hemos alejado de Dios, no vemos sus señales.
Pero cultivar y cuidar, no se refiere sólo a la relación entre nosotros y el ambiente, afecta también a las relaciones personales, a la ecología humana. El peligro es grave porque la causa del problema no es superficial, sino profunda: no es sólo una cuestión de economía, sino de ética y antropología. Y donde manda el dinero se olvida el valor de la persona.
Por Javier Abad Gómez
javier.abad.gomez@gmail.com