En El rey Lear, William Shakespeare coloca en boca del bufón de Lear la siguiente frase: “No debemos ser viejos antes de sabios”. Frase que contiene todo un drama para cualquier humano que se aproxime o haya llegado a la vejez, pues en esa obra del gran dramaturgo inglés se cuenta la historia del maltrato al anciano padre dados por sus propias hijas.

Y es un drama para referirme a un eventual conflicto de intereses personales, por aquello que es lamentable llegar a viejo sin ser sabio. Sabio en el concepto griego de sabiduría, que no es otra cosa que ser prudente.

Por ello es que deseo invitar a reflexionar la tragedia que debe vivir el llamado, en la jerga popular, ‘viejo verde’, que es aquel varón entrado en los años de una vida sin vida en esos años, como diría Abraham Lincoln. Y que se cree que sigue siendo joven. Es maduro pero verde. Paradoja de la biología humana.

Y planteo la invitación no porque tenga en la memoria las estrofas de la canción popular Como si tuviera veinte, cantada por ‘el fantasma’, sino porque las últimas madrugadas las he dedicado a las páginas del libro Por ti no pasan los años (Tusquets), cuyo subtítulo es “La sorprendente naturaleza del envejecimiento”. Su autor es el biólogo sudafricano, residente en Londres y profesor de biología aplicada de la Middlesex Hospital Medical School, Lewis Wolpert, un viejo sabio.

La lectura de este libro la recomiendo sin duda alguna. No solo para aquellos y aquellas a los que nos han caído “hojas blancas en la cabellera”, sino para todo ser que desee entender por qué los viejos podemos ser ‘verdes’ y las damas de la especie añoran ser madres desde la primera juventud. Su lectura me ayudó a descifrar la encrucijada del llamado ‘viejo verde’.

Ocurre, cuenta el autor citando a contemporáneos de Darwin, que “el envejecimiento se debía a la derivación de recursos hacia la línea germinal, en lugar de hacia el cuerpo. Si el pernicioso envejecimiento ocurriera en las células germinales, óvulos o espermatozoides, la especie se extinguirá” (Opus cite. Pag. 103).

Ese dato nos puede ayudar a comprender por qué el varón humano, que no alcanza a ser sabio, se tropieza y cae al pretender ser joven (germinal) cuando ya su vida tomó “la recta final” como en la hípica. No ocurre ello con la hembra humana, que “al pasar la fase reproductiva”, la carencia de óvulos antes de la maduración, sigue viviendo por largo tiempo, al igual que la ballena, no ya con ansias que continuar reproduciéndose, sino para cuidar, con mayor celo, a los hijos y a los nietos. La ballena cuida a los débiles de su especie, sean propios o ajenos. El varón humano viejo quiere, por mandato biológico, seguir aumentado la cosecha y que esta nunca se acabe, como la de mujeres en Baranoa.

¿Es, entonces, el ‘viejo verde’ sabio? No lo creo. Es un ser trágico, al pretender tener las capacidades de la juventud no solo en el cuerpo, sino en no someter a la prudencia sus células germinales, las que no se agotan con el paso de los años. Lo recomendable o lo prudente sería llegar a la vejez de manera sana, para que esta sea duradera. Manteniendo la juventud en los instintos, pero controlando mentalmente las emociones de la piel y de los ojos, que se nos escapan ante las sirenas que le cantaban a Ulises, quien nunca perdió el rumbo. La vejez es para ser sabios, no ‘viejos verdes’. Si no, léanse al Gabo de las putas tristes.

Por Gaspar Hernández C.
gasparemilio3@gmail.com.