Hay señales evidentes en la sociedad de hoy que nos indican que algo muy de fondo y muy grave se está produciendo en la vida de quienes llegan a la dirección de la sociedad: la corrupción rampante en todos los niveles, la convulsión de valores, la indiferencia social y el egoísmo, el hedonismo y la frivolidad de costumbres, la violencia incluso dentro de las mismas familias.
Síntomas claros de que en la educación de los hijos ha faltado algo necesario: el amor, manifestado en la presencia simultánea de sus padres. Los niños de padres separados o en peligro de separación presentan síntomas de desarreglo en su personalidad, en su conducta escolar, en la relación con sus compañeros, en su rendimiento académico, en su falta de alegría. Esto luego se manifiesta en la mayoría de edad con los hechos mencionados y otras muchas conductas delictivas. Y lo más grave: otros niños que aún viven con sus progenitores captan lo que sucede con los compañeros, huérfanos de padres vivos, y conviven con su angustia silenciosa: “–¿cuándo será que mis padres se van a separar?”. Niños que crecen con una tensión semejante lo reflejarán también cuando sean adultos.
El amor a los hijos y el futuro de la sociedad son razones muy serias por las que vale la pena hacer todo lo que está a nuestro alcance para descubrir en el poder del amor la clave de la fidelidad que conduce derechamente a la felicidad. Cuando se entienda bien lo que es el amor, se tendrán más recursos para superar las crisis matrimoniales que, por otro lado, no debe extrañar que se presenten, dada nuestra naturaleza humana. Hace falta luchar, querer-querer, aprender a perdonar, recuperar la confianza, reconquistar el cariño. Y algo muy importante: cuidar los detalles pequeños, que son los que hacen grande el amor; y cuando faltan, pueden matarlo convirtiendo la convivencia en una rutina insoportable.
Por Javier Abad Gómez
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