Por la carretera que une a Florencia con su aeropuerto aparecieron a lado y lado los grupos de campesinos y su campamento de protesta. Viéndolos pensé que han adquirido el perfil de un poder que les sienta como un vestido que nunca se les había ocurrido usar.
Durante su prolongado paro han puesto al descubierto las fallas y debilidades del gobierno Santos; han dejado ver los errores y flaquezas de la sociedad colombiana y a los periodistas nos han preocupado porque, otra vez, han quedado al desnudo nuestros errores profesionales.
Las informaciones diarias insistieron hasta el cansancio en el espectáculo de las carreteras bloqueadas, de los campesinos que gritaban, de las llantas y vehículos incendiados y de policías y campesinos que tiraban piedras. Esa fue la información del qué del paro. Pero fue una dimensión silenciada, la del porqué del paro. La piedra o los bloqueos fueron más importantes que las razones que habían llevado a este grupo humano a sacudirse la resignación, el silencio y el ‘ningunamiento’.
También debía informarse el porqué del Gobierno, sobre todo porque eran contradictorias esta actitud desdeñosa frente a los campesinos: “el paro no existe” y la pose heroica con que el presidente había anunciado su proyecto de restitución de tierras. Necesitaba una explicación aquel anuncio sobre la defensa y apoyo a los campesinos que ahora iba en contravía de las maniobras y sutilezas para que industriales poderosos como los de Riopaila se quedaran con los baldíos de Orinoquia que debían ser para los campesinos. No hubo espacio para explicar esa contradicción pero sí lo hubo para los abogados sofisticados que le dieron apariencia jurídica a un proceso de trampas.
Fue, pues, una falla por omisión de información. También la hubo por acción. Los campesinos tuvieron dos amenazas en el curso de su paro: las acciones de fuerza de la policía y la presencia de los vándalos. A estos infiltrados podrían agregarse los políticos que pretendieron hacer suyo el movimiento campesino. No fue ingenuidad sino incapacidad profesional la que llevó a la prensa a dar por hecho que los campesinos no eran campesinos sino instrumentos de las Farc, o adherentes de la Marcha Patriótica, y tal fue la imagen que ofrecieron al país y que aprovechó el gobierno para deslegitimarlos.
Había sido la ocasión para mostrar la fuerza de la solidaridad campesina en las ollas comunales con que resolvieron y resistieron el prolongado paro. ¿Alguien investigó y destacó el papel de la mujer campesina en el hogar y en los cultivos familiares, mientras los hombres de la casa defendían su dignidad y sus derechos?
Fue un paro contado de modo amañado, acusó un columnista. Se destacó en esta oportunidad esa vieja falla, la del oficialismo instintivo de medios y periodistas que no parecen haber descubierto que las fuentes menos fiables y a las que debe aplicarse todo el rigor de la comprobación, son las oficiales, puesto que el poder, por serlo, está muy cercano a la mentira usada como mecanismo de defensa.
Estas fallas hicieron más notorio el papel cumplido por las redes sociales en donde no imperan ni la dictadura de los ratings, ni las adhesiones interesadas. Con una libertad mayor que la de los medios comerciales, tuiteros y blogueros convocaron, por ejemplo, a los cacerolazos que llenaron las plazas principales en Bogotá, Tunja y otras capitales.
Desde internet pareció escucharse con mayor nitidez que en los medios, el pedido de los campesinos: “hablen por nosotros, que los sentimientos de la comunidad campesina lleguen a la gente a través de ustedes”.
Quizá fue esta la gran falla: no haber escuchado y conocido más a los campesinos. Se perdió la oportunidad de hacer un periodismo a lo grande porque la prensa estuvo demasiado ocupada en recoger los boletines oficiales y en escuchar la voz de los amos.
Por Javier Darío Restrepo