“La vejez es un tema no académico. Soy un viejo profesor. Permitidme hablar, esta vez, no como profesor sino como viejo”. Así comenzó Norberto Bobbio su discurso De senectute, pronunciado el 5 de mayo de 1994 al recibir el doctorado honoris causa, de la Universidad de Sassari. Bobbio murió a los 94 años siendo un pensador brillante y senador vitalicio del Parlamento italiano.

“Ahora que soy viejo” es la frase que tomo del libro donde publicó el discurso De senectute (Taurus), título que ya había usado Cicerón en el 44 A.C, quien a los 62 años escribió su retórica de la vejez. Y entonces, apropiado del discurso del maestro Bobbio solicito a los colegas y lectores de EL HERALDO permitidme seguir hablando como viejo y no como el profesor que he sido durante los últimos 43 años de vida.

Y ahora que soy viejo me pregunto: ¿Qué viene ahora? ¿Qué va a pasar en estos años aún no vividos, sabiendo que he venido acumulando años, octubres para mí, esperando llegar, sano y salvo, a este estado de sexagenario es decir, llegar a viejo? Soy viejo burocráticamente, pues la legislación, aplicable a los que cotizamos al sistema de Prima Media del ‘viejo’ ISS, me dice que he llegado a la edad en que puedo gozar del derecho a una pensión. Mi más inmediato compromiso, una vez celebre los 60 con el abrazo al nieto mayor y en familia, es depositar los papeles ante la primera oficina de Colpensiones que encuentre cerca y comenzar a vivir la gozosa espera de la pensión ganada en largos años de cotizaciones como docente universitario, reportero de crónica roja y servidor en una universidad pública. Aspiro a que no me ocurra lo del coronel, que no tuvo pensión, ni quien le escribiera.

Pero no soy viejo, aún, fisiológicamente. Todavía tengo la mente y el cuerpo sanos. Siento que he venido acumulando juventudes, que me crecen las uñas, solo las uñas, digo nostálgicamente. Que la cabellera todavía no me exhibe diáfanamente la testa firme de mi padre, cuyo rostro comparto cada vez que me pongo en un espejo. Y que todavía, gracias a la vida “que me ha dado tanto”, puedo abrazar cada vez que puedo a María Caamaño, mi madre, a quien los años no le han pasado y sigue guerrera y lúcida.

¿Qué va a pasar ahora que soy viejo? Practicaré la enseñanza de Bobbio, la despaciosidad. El viejo sabio, enseñó: “Lo que distingue a la vejez de la edad juvenil, y también de la madura, es la despaciosidad de los movimientos cuerpo y de la mente. La vida del viejo se desarrolla despacito”, sentenció. Y despacito leeré más los libros de mis gustos, no los que compre como herramienta de trabajo y de estudio. Escribiré, de ser posible, en papel periódico mis anhelos de una ciudad grata y un país en paz. Escribiré mis lecturas. Iré a cine a disfrutar en vivo de la historia de la humanidad. Seré más positivo, seguiré escuchando a Paquito Rivera y bailando con el ritmo de los Hermanos Rosario. Caminaré bajo la luna y siendo menos obeso pretenderé que el sol no me dé en la espalda. Y permita seguir sonriendo, a carcajadas, a la vida de mamífero. Me alimentaré de peces, verduras y frutas. Y cada vez que se pueda disfrutaré de un vino tinto, una ‘Águila’ bien fría y un escocés de mayoría de edad con agua.

Ahora que soy viejo, no anciano, no me gustan las arrugas, ni las filas para recibir la pensión, ni ir al chequeo médico, por ello me compré una prepago, perdón una prepagada, creo que voy a estar mejor acompañado conmigo mismo, pues “de mis soledades voy y de mis soledades vengo, no hay mayor compañía que mi pensamiento”, como poetizó Lope de Vega. Ahora que soy viejo, deseo ser sabio para mis amistades, mis clientes, mis alumnos y mis lectores. Para mis hijos y para mis nietos. Todo lo haré despacito, ahora que soy viejo.

Por Gaspar Hernández C.
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