Hace ochenta y cinco años, el 2 de octubre de 1928, nació el Opus Dei. Y hace 11 años, el 6 de octubre de 2002, ante una muchedumbre de personas procedentes de todo el mundo, Juan Pablo II proclamó la santidad de Josemaría Escrivá de Balaguer y lo definió como el santo de la vida ordinaria, cotidiana, de las cosas sencillas. Las actividades comunes —la vida familiar, el trabajo profesional, las relaciones sociales— son senda que conduce al Cielo, si se camina con los ojos puestos en Dios y con deseos de ayudar al prójimo. Tuve la fortuna de ser testigo directo, durante varios años en Roma, de la solicitud de san Josemaría por ayudar a muchas personas a superar la fractura entre la vida de fe y la existencia ordinaria. Siempre quiso enseñar que las realidades humanas nobles pueden ser camino de santidad. Hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, afirmaba con convicción. Lo transmitía a mujeres y a hombres de los más diversos ámbitos profesionales y sociales, en conversaciones personales o en encuentros multitudinarios. Fundir vida de fe y vida ordinaria es cuestión de amor. Cuando el amor a Dios y a los demás es la causa de las acciones personales, resulta natural convertir todos los momentos y circunstancias de cada día en ocasión de servir. La fábrica, la oficina, la biblioteca, el laboratorio, el taller, el deporte, las paredes domésticas se transforman en escenario de convivencia amable, de solidaridad y de respeto. Y se llega más fácilmente a la comprensión y a impregnar con el bálsamo de la caridad las relaciones familiares, sociales y profesionales. En una sociedad que se estremece diariamente por situaciones de violencia en todos los estratos, en odios y resentimientos, en venganzas y agresiones, vale la pena recordar este mensaje, lleno de actualidad y de vigor humano y cristiano.

Por Javier Abad Gómez
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