Hasta mi juventud salí a pescar y de paseo, con cierta regularidad, y atravesábamos los humedales del Río Magdalena y sus caños urbanos. Era una vegetación no muy alta pero espesa, donde crecían la enea y el bijao y miles de aves de plumaje blanco, gris y negro ocupaban las ramas de los árboles o nos sobrevolaban a velocidades increíbles en vuelos rasantes. Ya no existen, los rellenaron de cascarilla de arroz y material de demolición. En ese desierto de cemento,con magnifica luz alógena, no vuela un pájaro, no vi una garza, solo policías y mosquitos.

Desde luego que apoyo el progreso y crecimiento de la ciudad, lo que mata es que se realice sacrificando algo tan vital para el bienestar de todos, pues los humedales mitigan las inundaciones, absorben contaminantes, retienen los sedimentos, recargan los acuíferos y estabilizan el litoral. O sea, sanidad ambiental y seguridad. Además, y no menos importante, son residencia de patos y garzas, tortugas, babillas y múltiples peces, para no entrar en la enumeración de los microorganismos fundamentales que allí realizan su trabajo.

Caminando ese malecón escuálido pero prepotente, que no va a ninguna parte, las inmensas vallas de dragado confirman el clientelismo perverso: política y contratación estatal. Luego, tratar de imaginar una Batalla de Flores en medio del vendaval de Los Alisios, con los palcos sobre un terraplén bordeando una doble vía estrecha, tampoco me produjo una grandiosa imagen, porque será muy excluyente. Posteriormente, una rotonda trunca señala el empalme con la vía de los 20 millones de dólares, otra que viene atravesando humedales aunque estuviesen colonizados, que es de bajo impacto. Y se repite la presencia del clientelismo milimétrico.

Y entonces uno comienza a preguntarse, desde su fracasado empeño en el voto en blanco y candidatos siempre perdedores, ¿qué clase de dirigencia política y funcionarios elige la otra gente? Porque priorizar el concreto y las vías inhumanas, como dice Enrique Peñaloza, es estimular la violencia y el desarraigo en la urbe, porque en nombre de la prosperidad les convierten el vecindario en una vía rápida, cortan la comunicación y las relaciones para privilegiar el tránsito automotor de la globalización y a quienes poseen carros, una minoría notoria. Y ese no es el diseño urbano que sueño para mi ciudad, donde deberían estar haciendo como en Barcelona, habilitando para vivienda bellos edificios del centro, saneando de verdad los caños, abriendo plazas y sembrando árboles, inyectando progreso y dando soluciones humanas para la gente común y corriente.

Por eso me dolió visitar la obra magna de Valorización II, a largo plazo puede que se convierta en ‘el sitio’, pero lo veo difícil siendo un sector empresarial y contaminante que también traga humedales y rellena a la vista de todos. Ni siquiera han mirado lo que causará la carretera de La Prosperidad, que va de Venecia a Salamina, cuando tiran muelles hasta casi la mitad del río. A ese paso, estrecharán el canal del Río y entonces, damas y caballeros “se espopó Cereté”.

Por Lola Salcedo C.
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