Quienes presenciaron físicamente en el estadio Roberto Meléndez o vimos por televisión el extraordinario empate futbolístico de Colombia ante Chile 3 a 3, el viernes 11 pasado, comprendemos hoy, mejor que nunca, la frase de nuestro himno nacional que dice: “Oh Júbilo inmortal!”. Además, para los politólogos debe ser objeto de un minucioso análisis el fenómeno sicológico de arrastre de masas que produce a nivel mundial el deporte del fútbol, que paraliza a toda una nación durante 90 minutos de juego, y que amalgama colectivamente, con pasión y sublimes sentimientos de unidad patria, lo que hoy día no se consigue con ningún partido político, secta o religión; inclusive, las perversas deformaciones del fanatismo deportivo en Colombia han reemplazado el contenido de los históricos colores de los dos partidos, más antiguos y tradicionales, rojo para los liberales y azul para los conservadores –con los cuales iban a la guerra civil nuestros tatarabuelos– por el rojo del Santa fe y azul de Millonarios, lo que motivan a los vándalos contemporáneos a asesinar a su contraparte lúdica.

Sobre este tema es paradigmático el ejemplo de Sudáfrica, después de la cruda y cruenta vigencia del apartheid, en pleno Siglo XX, cuando en 1994 fue elegido el líder negro Nelson Mandela, después de 23 años de cárcel injusta, como Presidente de su país, quien previendo una violenta oposición de los blancos recalcitrantes, con su ascenso al poder, que bañaría seguramente en sangre su nación y su raza, se le ocurrió conquistar, primero que todo, la amistad personal del capitán del equipo nacional de rugby, el deporte predilecto y apasionado de los sudafricanos blancos, pero no de los negros, quienes lo odiaban, para conseguir que se cantara, en los estadios de la república citada, el himno deportivo del club blanco, también en lengua zulú, ancestral de los negros sudafricanos. De esa manera fue penetrando, durante un año, el famoso rugby en el sentimiento de la raza de color, quienes se resistían inicialmente a dejarse atrapar como fanáticos de un deporte blanco, pero la personalidad de Mandela ejerció una inmensa influencia de ablandamiento entre sus hermanos de raza, hasta cuando se presentó la inauguración del campeonato mundial de rugby en 1995, en Sidney, y le tocó a Mandela, como Presidente titular, inaugurarlo oficialmente ante un estadio atiborrado de 72.000 espectadores blancos, y presenciado, por la inmensa mayoría de negros del Soweto, por televisión. Ese día, Mandela llegó en helicóptero hasta la cancha para asistir al acto solemne de la interpretación de los himnos y del cruce de saludos de los equipos, y cuando se encontraba en tierra firme bajó sin protocolo alguno, vestido de pantalón oscuro y con camiseta verde del equipo nacional de los blancos y con el número 6 a la espalda, que correspondía al capitán e ídolo de los fanáticos del rugby en Sudáfrica, comenzando a saludar, uno por uno, a todos los jugadores de los equipos competidores; los asistentes en la campo quedaron atónitos, y los espectadores blancos de las tribunas guardaron absoluto silencio; unos segundos para la historia, hasta cuando estalló el clamor de 72.000 gargantas blancas que gritaban “¡Nelson, Nelson!”

Después de ese día la segregación racial se acabó, la extrema derecha desapareció y las dos razas se fundieron en una sola nación. El deporte hace milagros, pero los estadistas no nacen, se hacen!

Por Ricardo Barrios Z.
rbarrioz@hotmail.com