Hace algunos años fui invitado por unos amigos a una concentración de compositores vallenatos. Allí esos geniales poetas explicaron la motivación que tuvieron para hacer algunas de sus composiciones. La reunión fue en Mayapo, hermosa playa de arena blanca cerca a Riohacha, donde las aguas calmadas, de color verde azul, se acompañan con trupillos y dividivis que elegantes y engreídos se mecen al vaivén de las brisas del nordeste. En medio del encuentro, me paré de mi taburete de guayacán en busca de un vaso de agua helada para mitigar el calor. Como perdí mi asiento porque un contertulio lo tomó, me senté al lado de mi amigo Marciano Martínez, un compositor lírico, artífice de algunos de los mejores éxitos vallenatos. Él en sus canciones nos muestra el mundo interior que bulle cuando una mujer nos atrae, haciendo que la vida se concentre en un solo pensamiento.
Contagiados con el ambiente musical, Marciano y yo iniciamos una conversación acompañados del color rojizo del firmamento guajiro y se extendió hasta el amanecer con la compañía de pelícanos, garzas, y bellos turpiales, de cantos melodiosos, que revoloteaban bañándose en una ponchera de aluminio llena de agua dulce. Le comenté a Marciano que conocía su obra musical en detalle y quería saber los motivos que tenía para hacer sus composiciones ya que a mi parecer describían siempre amores frustrados. Intempestivamente se paró, caminó como queriendo buscar algo, de pronto se entretuvo observando una ave de color rojo llamado Cardenal, cuyo peñacho se agitaba ante el sonido del acordeón. Ante esta reacción inusual quedé atónito, creí que mi comentario, le había molestado pero aun así justificaba mi inquietud, por mi interés en conocer el porqué en sus canciones, generosas en melodías y pródigas en intenciones amorosas, nunca triunfan sus deseos de conquista.
Media hora después regresó y me dijo ¿usted por qué piensa eso?, tus canciones me lo dicen, le contesté. Quedó estupefacto ante mi lacónica respuesta. Instintivamente me brindó un whisky, quizá, motivado por esos instantes pletóricos de cariño me dijo: te voy a contar la verdad de mis canciones: “Cuando tenía 15 años me enamoré de una hermosa niña que vivía en La Junta (La Guajira), mi tierra. En ese ambiente pastoril, Helena y yo fuimos felices, nunca faltaron los cuentos callejeros que nos distanciaban, pero retornábamos con más fuerza. El tiempo trascurrió y nuestro idilio también creció. No sé en qué momento nuestro noviazgo se deterioró. Cualquier día una vecina me informó que Helena se había ennoviado con un forastero, esa noticia me dio durísimo y cuando supe que se había casado me desestabilicé. Comenzó mi agonía, las sabanas de La Junta fueron testigo de mi sufrir por ese amor desventurado, pero pronto fluyó en mí la inspiración como mecanismo de comunicación”. Al escuchar su relato me estremecí, me acordé de la novela La desventura de Whether, del poeta alemán Goethe, en la cual describe el infortunio de este joven quien enamorado, dialoga con su amigo Guillermo referente al amor que sentía por Carlota, comprometida con un hombre mayor. Al cerciorarse Whether que no es correspondido tomó la determinación de levantar anclas para evitar tanto tormento. En el corazón de Marciano, vive aún Helena, la diosa de su música y su poesía, aunque ella esté en tierras lejanas.
Su canción Amarte más no pude resume todo este idilio:
Pero un día te marchaste de mi tierra, sin decirme por qué, ni para dónde, te quise con el alma, bien sabes que amarte más no pude, volaste, con rumbo hacia la nube más alta, ya no pude alcanzarte.
Coletilla: Tobías Enrique Pumarejo le compuso la canción Cállate Corazón a Elvirita Martínez Bermúdez