Aprovechando recientemente unos días en Cartagena visité el Hotel Caribe, exclusivamente para analizar su estado de conservación, su movimiento y dinámica, y hacer una comparación entre este y nuestro Hotel El Prado, caído en desgracia por culpa directa del Gobierno Nacional. Al llegar al lobby del Caribe aprecio que en este hay mucho movimiento generado por un grupo de argentinos que están regresando a su país, y turistas nacionales y extranjeros llegando al hotel. Se nota una gran dinámica. Huéspedes recorriendo sus instalaciones, zona de piscina, restaurante y cafetería, almacén de joyería, y varias actividades en sus salones sociales. Averiguo si es este propiedad de la empresa que lo administra, o si se encuentra en comodato o concesión.

Me informan que el Hotel Caribe funciona en un inmueble cuyo propietario es el Grupo Hotelero Mar y Sol, que hace parte de la cadena española Celuisma, con otros hoteles en el país y muchos en el exterior, sobre todo España. Y por su estado de conservación se aprecia que sus propietarios han invertido en él para mantenerlo posicionado y hacerlo competitivo en una ciudad que cuenta con hoteles muy modernos.

No dudo que el Hotel Caribe es para los cartageneros lo que el Hotel El Prado es para nosotros los barranquilleros. Es un hotel insignia que marcó un hito en la historia del turismo de la Heroica, como sucedió con El Prado en Barranquilla. Es también, como el nuestro, patrimonio arquitectónico de la Nación, y pasó hace décadas vicisitudes similares a las de El Prado.

Afortunadamente para los cartageneros, no cayó el Caribe en las destructoras garras de la Dirección Nacional de Estupefacientes, DNA, ni le ha correspondido sufrir la infame ley que está asfixiando al Hotel El Prado, al establecer que un inmueble que toda su vida fue exitoso y de propiedad privada, sea hoy propiedad de la Nación por una circunstancia de la que no es responsable el hotel ni la ciudad. Y contra todo el sentido común, este inmueble esté afectado hoy por una ley que logra exactamente lo opuesto a lo que supuestamente cualquier ley persigue, que no es otra cosa que generar bienestar y desarrollo. Supone cualquier mortal que si una ley de la República en vez de beneficiar a una comunidad, le hace daño y la perjudica, a la mayor brevedad debe dicha ley ser enmendada. Lógico que para que esto suceda deben existir dolientes que gestionen su cambio ante las entidades responsables de la misma. Con solo lamentos no se logra nada.

Repito lo escrito hace un par de años en este mismo espacio, cuando por primera vez me referí a la conveniencia de que se permitiera la venta del Hotel El Prado. El primer correo que recibí el día que salió esa columna fue enviado por el director para América Latina, desde Trump Panamá, Rodrigo Ocampo, PR Latam, colombiano, faltando pocos días para inaugurar The Trump Tower Hotel, en la capital panameña, y en su correo manifestaba que efectivamente esa prestigiosa cadena sí estaba interesada en el Hotel El Prado, pero para su compra. ¿Qué podría convenirle más a ese hotel y a Barranquilla? El segundo correo fue de la gerente de mercadeo de ese hotel, apoyando la propuesta de venta.

Como de lo que se trata es de demostrar que solo con la venta podría ser el Hotel El Prado, el hotel que todos los barranquilleros queremos, y no con la adjudicación de una concesión o comodato, basta comparar las condiciones de las instalaciones físicas de diferentes hoteles de una misma cadena, y sus estados de conservación y mantenimiento. Unos propios y otros solo administrados por estas. No los menciono de manera directa para evitarme reclamos innecesarios, pero tenemos ejemplos muy claros que saltan a la vista en Barranquilla, Santa Marta y Cartagena.


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