La fotografía de los guerrilleros a bordo de un yate frente a un mar resplandeciente, ¿daba para escándalo? Aunque la gente seria no lo cree, la verdad es que estalló el escándalo.
El desliz del célebre dueño de ‘Andrés Carne de res’ daba para unos comentarios de entrecasa, pero no para escándalo. Sin embargo ahí estuvo en los noticieros de televisión y en los muy atildados periódicos. Hay, al parecer, una inclinación irresistible por los temas ligeros, o por aligerar los serios.
Al lado de esa preferencia por lo banal, aparece la incapacidad crítica y una cierta sumisión intelectual para aceptar como ciertos los trucos de los poderosos. Les recuerdo tres casos.
¿Recuerdan el caso Tasmania, ese elaborado episodio montado desde el Gobierno para arrebatarle su autoridad moral a un magistrado? La acusación urdida en fuentes de alta fidelidad, fue aceptada sin más, y generosamente difundida por una prensa más dispuesta a publicar escándalos que a buscar la verdad. En su momento no hubo preguntas, no hubo dudas, porque escándalo es escándalo, y así se elevan la circulación y la sintonía.
Más cercana está aquella entrega de armas del bloque guerrillero cacica Gaitana, registrado golosamente por la televisión, narrada y comentada por los medios impresos. Unos cuantos dudaron y se expusieron a pasar por réprobos y opositores, pero los más vieron lo que les hicieron ver.
La ligereza y banalización de los hechos aparecen en la vida del país tomadas de la mano con la incapacidad profesional para dudar y hacerse preguntas. O son logros de esa mala consejera de los periodistas, que es la prisa.
Así se vio en la noticia sobre el atentado que se preparaba contra el expresidente Uribe. La noticia ocupó el estridente espacio de los ¡extras! en radio y televisión. Nadie dudó, no hubo preguntas porque el hecho, además de causar emoción y reacciones de las altas fuentes, estaba avalado por la alta credibilidad de los militares y de los altos funcionarios de la presidencia. Por eso no hubo preguntas, solo comentarios, reacciones que se recogieron con el ánimo encogido de los devotos.
Pero había preguntas por hacer: ¿existía alguna prueba? ¿Era fiable la fuente tan misteriosa como la que filtró las coordenadas? Cualquier televidente atento pudo notar la satisfacción con que el expresidente amenazado le torció el cuello a las preguntas de la TV para hacer motivaciones electorales. Fue obvio que la noticia resultaba oportuna para atraer la atención sobre un candidato al Senado y figura visible de un movimiento político y, además unida a la acusación contra las Farc, se volvía en contra de la mesa de negociaciones de la Habana, uno de los objetivos del expresidente y de su candidato presidencial.
¿Cómo no dudar? ¿Cómo no preguntar? Pero los entusiastas reporteros, embelesados con la chiva, no dudaron ni preguntaron. Las dudas y preguntas habrían conducido o a la confirmación del alarmante hecho, o a dejar al descubierto otra obra de teatro como la del caso Tasmania, o la de la columna cacica Gaitana.
A la prensa se la ha descrito como el perro guardián de la sociedad, siempre alerta, nunca dormido sobre los cojines de confianzas gratuitas o de dogmas que no admiten cuestionamientos. El de la prensa es el camino duro y empinado de dudar de todo, sobre todo cuando las informaciones provienen del poder. Por formación, el periodista no acepta argumentos de autoridad, ni versiones originadas en la sombra o de testigos encapuchados. No le basta saber quién, también quiere saber por qué, cómo y para qué lo dice.
No puede estar confiada una sociedad informada por una prensa sumisa, banal o miedosa, porque esa es la prensa que como las mascotas de las niñas bien, retozan y ladran gozosas en el regazo de sus amas. Hay que decirlo como una advertencia urgente: una prensa cómplice de los manipuladores de la opinión, hace daño, aunque parezca entretenida y prescindible.