Los barranquilleros, esos incontables aficionados al fútbol e irremplazables como espectadores deliberantes y actuantes durante hora y media, animando a los equipos colombianos en fechas cruciales, están indignadísimos con los insumergibles directivos de la Federación Colombiana de Fútbol (no hay fuerza humana que les desprenda sus fondillos de esos cargos que detentan desde hace una pila de años), por la forma tan vil e ignominiosa como lograron que las eliminatorias a los campeonatos mundiales de fútbol, no vuelvan nunca más al estadio Roberto Meléndez de Barranquilla.
Desagradecidos a morir. Los desagradecidos son siempre así. Usted puede estar favoreciéndolos en todo momento, pero ellos siguen callada y disimuladamente afilando el cuchillo, con el cual nos arrebatan las ventajas deportivas que nuestra ciudad tiene y pone a sus alforjas y sin decir adiós, mucho menos dando gracias de ninguna clase. Miren no mas todo lo que Barranquilla les entregó a estos piratas del fútbol, para que explotaran al máximo todos los ingresos a los partidos eliminatorios. Y al final, “si te he visto no me acuerdo”, insignes majaderos que en el mundo han sido.
¿Cuánto les produjo Barranquilla a estos sinvergüenzas?
Nadie distinto a ellos lo sabe. No hubo fecha que no se jugara a estadio lleno hasta las banderas. Y aparte de esos con esas agallas de tiburón blanco que se mandan, le cayeron a la joven e inexperta alcaldesa, a manera de una extorsión disimulada, haciéndole ver que si no se accedía a su petición, “ahí estaban otras ciudades colombianas más que dispuestas a conceder lo que Barranquilla pudiera negar: la exención del pago de impuestos”. Que esto último lo pedían de necios y pedigüeños a morir, porque la tajada apetecible era que tampoco hubiera alquiler del estadio. El alquiler que medio ayuda a solventar los gastos de administración de un estadio de las proporciones como el Roberto Meléndez.
Bien, o mal, qué caray, que se vayan con su música a otra parte. Concretamente a la Bogotá indígena. La misma que presencia los partidos como quien oye llover. Nunca esa congregación de ruanas puede ni intentar hacer lo que hicieron 45.000 barranquilleros cuando el partido con Chile se perdía por 3 a 0. y desde el momento en que se puso 3 a 1, comenzaron esas 45 mil gargantas a corear un “Si se puede”, que al llegar al 3 a 2 fue subiendo como una cascada del Salto del Tequendama, todavía recordado por quienes lo conocimos, hasta producirse el empate que pareció enloquecerlos de pasión bien entendida. Un empate que valía un Potosí en el robustecimiento de la fe toda una diosa barranquillera.
Así paga el diablo a quien bien le sirve, cachaco, paloma y gato…