Se fue el Cacique. El gran Diomedes Díaz no era de este mundo: el dinero y las cosas materiales carecían de trascendencia para él. A Diomedes lo movía la búsqueda de gloria. Sin duda, Diomedes era un ser especial: quien entiende que la gloria es más importante que todo el oro del mundo tiene despejado el camino hacia la inmortalidad.

En un planeta como el nuestro, signado por el consumo, el materialismo y la avaricia, no es común que alguien como el Maestro Diomedes Díaz fuera tan desapegado de la riqueza. A Diomedes no le importaban el saldo de sus cuentas, ni las vacas que parían, ni las tierras que podía atesorar; lo que motivaba al Cacique era el cariño, el fervor y la locura que despertaba en sus seguidores, esos que tanto quiso y que fueron su aliciente. Conquistó a su fanaticada por una sola razón: Diomedes cantaba y componía con el alma, sentía lo que hacía, era auténtico y honesto.

Los seres humanos, por naturaleza, solemos percatarmos más de las cosas malas que de las buenas. Nos fijamos en los defectos de los demás y pasamos por alto las virtudes, que al final de cuentas son las que definen qué tipo de personas somos.

Diomedes era un hombre lleno de amor, pasión y nobleza. Sin duda, cometió errores que pagó muy caro (estuvo procesado y detenido), pero su legado musical es la prueba viva e irrefutable de la bondad de su espíritu. Todos hablan de las adicciones y excesos de Diomedes, pero nadie dice nada de la adicción de los colombianos por su música y su arrolladora personalidad: ese es un vicio para el que no hay antídoto.

Diomedes era tan humano como cualquiera de nosotros, una suma de aciertos y equivocaciones, pero la verdad es que difícilmente se puede encontrar a un compatriota que haya traído más alegría al pueblo. Con Diomedes nos enamoramos, parrandeamos y lloramos. Su canto fue y sigue siendo un oasis en medio del desierto, la gruta de la que brota un manantial de sensaciones, la cura para aliviar los males del corazón y, en otros casos, la receta perfecta para conquistar el amor esquivo.

Diomedes Díaz, el hijo consentido de La Junta, un corregimiento mágico de San Juan del Cesar, en el departamento de La Guajira, que lo vio nacer hace 56 años, será recordado como el máximo exponente del folclor vallenato: cantante excepcional, compositor prodigioso, arreglista innovador, carismático como el que más, el Cacique de La Junta es el ídolo colombiano por excelencia. El legado del gran Diomedes está tatuado para siempre en el espíritu de Colombia. La última vez que lo vi fue hace dos años, en un vuelo Valledupar-Bogotá, compartimos todo el trayecto. Me pidió que me sentara a su lado. Como siempre, fue muy afable conmigo. Me confesó que le habría gustado ser abogado. Por mi parte, le hablé de mi afición por la música. Entre chanzas me pidió que intercambiáramos roles profesionales. Le dije que no me cabía la menor duda de que podría haber sido un extraordinario defensor, al tiempo que reconocí que me iba a quedar muy jodido ser tan buen cantante como él. Soltó una carcajada, me abrazó, luego sonrió e iluminó el espacio.

Se fue un gigante, paz en su tumba.

“Si yo pudiera alzar el vuelo, alzar el vuelo como hace el cóndor que vuela alto muy alto, me fuera lejos, pero bien lejos, adonde nadie nunca supiera del papá de Rafael Santos...”

“Adiós, adiós, adiós, adiós ya se va el cóndor herido...”

La ñapa I: los mejores deseos para el 2014: que la felicidad los atropelle y que el amor los colme.

La ñapa II: ya quisiera el mediocre cantante Santiago Cruz tener una cuarta parte del talento de Diomedes Díaz.

La ñapa III: hay gente impresionada con la participación de la CIA en operativos militares conjuntos con la Fuerza Pública de Colombia. Si supieran todo lo que hacen las agencias gringas en Colombia quedarían sin aliento.

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