The Economist, semanario inglés considerado el más influyente del mundo, decidió al finalizar el 2013 escoger, por primera vez, el país del año, con la idea de destacar logros más colectivos que individuales, en contraste con la selección del personaje del año acostumbrada por otros prestigiosos medios.

Destaca la revista entre otras razones para otorgar a Uruguay tal distinción el haberse atrevido a pasar la ley que regula la producción, venta y consumo de cannabis, por la lógica elemental de quitarle de la mano a los narcotraficantes toda la cadena del negocio y por el potencial impacto positivo que tal medida tendría en el mundo si fuese imitada por otros países y para otros narcóticos.

Sobre este tema baste subrayar el concepto del Secretario General de la Junta Nacional de Drogas de Uruguay sobre la incongruencia jurídica de lo que en Colombia llamamos la dosis mínima: La ley – uruguaya - permitía consumir marihuana, pero no comprarla ni producirla; era como decir puedes hacer lo que quieras, pero no puedes hacer lo que necesitas para poder hacer lo que quieras.

Deseo, sin embargo, resaltar dos aspectos de la sociedad uruguaya en general que serían por sí mismos buenas razones para una distinción no menor que la de país del año.

Uruguay es un país pequeño, solo un poco más extenso que la región Caribe colombiana y con una población apenas un tercio mayor que la del departamento del Atlántico. Hace cosa de diez años recorrí en carro medio país en un fin de semana largo.

Por fuerza del cansancio, hambre, sed u otras necesidades de los viajeros y del vehículo nos detuvimos al azar en una docena de tiendas, restaurantes o estaciones del camino, que inevitablemente conducían a que alguno tuviera que utilizar el baño del lugar.

Sin falta, éste estaba impecablemente limpio, con los implementos necesarios y funcionaba sin fallas que lamentar. Recordé entonces una frase de un político inglés, de un siglo atrás: “La cultura del pueblo se aprecia más en sus letrinas que en sus bibliotecas”.

La higiene es un elemento inseparable de la verdadera modernidad, del triunfo de las ciencias de la salud sobre las costumbres. En Colombia solo he observado algo parecido en Santander y en el eje cafetero.

Nuestro recorrido terminó en Punta del Este, principal destino turístico del Sur del continente dada su cercanía a las formidables economías urbanas de Buenos Aires, Sao Paulo y Rio de Janeiro. Para sorpresa de cualquier colombiano, muchas de sus casas no tienen verjas en los antejardines.

Incluso en las que cuentan con piscina y salón social bien aprovisionado brillan por su ausencia puertas y candados. En Colombia solo presencié algo parecido hace cuarenta años en Leticia, donde los ladrones no tenían para dónde coger, salvo la manigua. La honestidad es un patrimonio social que vale la pena preservar más que cualquier otro.

Encerrar el espíritu maligno de la corrupción, que socavó los cimientos morales de nuestro país, fue uno de los motivos de la ley de legalización del cannabis. El pueblo uruguayo tiene más razones para estar orgulloso de sí mismo que las acertadamente señaladas por The Economist para otorgarle la distinción de país del año.

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