Según el Gobierno ecuatoriano una caricatura deslegitimó la acción de la autoridad y apoyó la agitación social. Por eso impuso sanciones y ordenó la rectificación al caricaturista de El Universo, de Guayaquil, Xavier Bonilla.

Dentro de su batalla permanente contra los medios de comunicación, el gobierno Correa abrió este otro frente de combate. Esta vez contra un poder que tiene “el filo sangriento de una cuchilla de afeitar”, que es la expresión de Gabriel García Márquez al referirse al caricaturista. Álvaro Gómez Hurtado lo veía como ese tábano mencionado por Sócrates cuando explicaba a los jueces su tarea de filósofo, que era la de mantener en movimiento e impedirle dormir, a ese caballo grande que era Atenas. Los caricaturistas, Xavier Bonilla en este caso, le quitan el sueño al caballo grande del poder. Y el poder lo sancionó.

¿Es un poder con la contundencia que deja suponer la malhumorada reacción oficial?

Hay que admitir que si algo molesta y teme el poderoso, al estilo de los gobernantes de Ecuador de hoy, es el ridículo. Son funcionarios cejijuntos y solemnes, obsesionados con su propia importancia, que no toleran verse convertidos en objeto de la risa pública. Y el caricaturista es especialista en captar y subrayar el ángulo ridículo de las situaciones y de las personas. Es lo que hizo Bonilla al dibujar un allanamiento de la policía y la fiscalía para apoderarse de la documentación contenida en unos computadores.

Al acto, en sí prosaico y prepotente, el caricaturista le descubrió el ridículo y, por tanto, lo depreció. Al desfigurar, el caricaturista acusa; deforma intencionalmente la realidad y por eso se le ve como un agresor.

Los que investigan el poder sonriente de los caricaturistas asienten: “su efecto es milagroso, instantáneo, como el de un disparo”, reflexionaba Álvaro Gómez Hurtado ante las caricaturas de Osuna. “Su efecto es más convincente que el de cualquier silogismo”, agregaba.

Uno mira el dibujo de aquellas botas que todo lo aplastan, después sigue el desfile de los hombres con cascos de guerra cargados con computadores, como trofeos, y a primera vista no encuentra agresión, ni poder demoledor. Una especialista (Fabiola Morales: el recurso del humor) explica: “la persuasión se produce por el carácter festivo del recurso humorístico, por la vía de la sorpresa”. Pero la fuerza del caricaturista consiste en que el humorista disimula su propia opinión, que queda semioculta, y ahí al alcance del lector. Cuando este resuelve el acertijo se convierte en cómplice del pensamiento del autor”.

El caricaturista sonreía al publicar su versión del allanamiento hecho por la policía y la fiscalía. Frunció el ceño cuando recibió la orden de rectificar y fue sancionado. Pero después, sobre su mesa de dibujo, volvió a sonreír.

Repitió las escenas del primer dibujo, agregó otras rebosantes de ironía que hicieron más evidente aún la brutalidad y arbitrariedad del allanamiento. “Se puede hacer caricatura sin desinformar”, dijo el funcionario para salvar las apariencias cuando recibió la publicación de rectificación. En el fondo sabía –hay que suponerlo inteligente– que el mensaje era el mismo y que ese gran cómplice del caricaturista, el lector, había vuelto a entender y lo disfrutaba. Entonces Bonilla comprobó que quien ríe de último, ríe mejor.