De todos los editoriales que un medio colombiano ha publicado en años recientes, quizás el que mejor permaneció conmigo –o por lo menos, al que más veces he vuelto– apareció en Arcadia y se llama “Las soledades”. En él, la revista recordaba que existen en inglés dos palabras para nombrar el hecho de estar solo —solitude y loneliness—, lamentando que ambos se tradujeran al español como soledad, pues aluden a experiencias muy diferentes: loneliness, explicaba el texto, se refiere al estado triste de quien quiere compañía y no la tiene, más a una sensación de minusvalía y orfandad; solitude, en cambio, alude a una experiencia más trascendente, que tiene que ver con la persona que se reconoce mortal y se cuestiona su lugar en el tiempo y el mundo.

El editorial seguía diciendo que todo contacto con una manifestación artística –con una creación– requiere necesariamente una dosis de solitude, y señalaba la ironía de que el mayor enemigo de esa experiencia profunda fuera justamente el estado deprimido de quien desea compañía con desesperación. Al final, la revista invitaba al lector a no sentir pena ni vergüenza cuando estuviera solo: “Busque una agenda de eventos culturales, que los hay miles. Pásese por un museo. Vaya al parque y lea una novela. Y si llueve, métase a un café y siga leyendo”.

Es lo que Arcadia ha hecho desde sus inicios: mostrar a sus lectores esas creaciones –libros, conciertos, pinturas, fotografías, películas– que representan la experiencia humana en el tiempo y el mundo, y los efectos del tiempo y el mundo en la experiencia humana. Con sus artículos, entrevistas, columnas y listas de libros que la revista quisiera ver entre los más vendidos –listas, todas, que se asumen caprichosas y que dan, pie, así, a la elaboración infinita de nuevas listas–, Arcadia ha ido creando un mapa de autores y obras que nos dibujan y redibujan. La revista, así, ha resaltado el trabajo de quienes se han negado a ser simples usuarios o receptores de la realidad, para volverse en cambio sus críticos y creadores.

Mes a mes, Arcadia ha cubierto noticias de la creación –de la creación de otros mundos posibles a partir del mundo–. Son los especiales de la revista, sin embargo, los que tal vez, más directamente, han mostrado esto: el especial “Otras mujeres”, a través del cual la publicación se propuso recordar, “en estos días de muñecas de la mafia, que hay otros modelos de mujer”.

El especial “Otros hombres”, dedicado inicialmente a los “jóvenes que aún no logran articular su lugar en el mundo y viven su homosexualidad como un secreto vergonzante, para que sepan transformar su vergüenza en un sólido orgullo”. O el más reciente, en enero de este año, que presentó una lectura del país desde las artes: una reflexión, en definitiva, sobre cómo la violencia ha deshecho y rehecho a Colombia, y “un recordatorio de que quizás ese país que construyen, recrean y reflejan las artes y la literatura es un país que necesita cambiar”.

Escribo estas líneas porque Marianne Ponsford, fundadora de Arcadia, anunció esta semana que deja la publicación, después de dirigirla durante ocho años. Esta columna es un agradecimiento por su trabajo desde la revista, que será dirigida ahora por Juan David Correa, y una celebración de todos los dibujos del mundo que, con el equipo que armó, mostró al país: dibujos que nos recuerdan la posibilidad (o cuanto menos, el deseo) de convertir las realidades más intolerables, incluyendo la muerte y la violencia, en creación.

@GiuseppeCaputoC