El trayecto Ciénaga-Barranquilla durante mucho tiempo fue realizado a través del río Magdalena, el mar Caribe y la Ciénaga Grande. Descrito por muchos como agradable por los pintorescos paisajes de esta travesía, en diferentes embarcaciones, desde botes y canoas hasta barcos estilo Mississippi con ruedas, posteriormente reemplazadas por motores más sofisticados que mejoraron su recorrido, hecho con un seleccionado acompañamiento musical, servicio de buena alimentación y bebidas, y habitaciones confortables para la época. Lo más desagradable: los mosquitos y las varadas. Mi padre, quien venía de Mompox, me contó que eran varios días de recorrido, y, como amante de la lectura, la música y buena conversación, gozaba del paseo, enriquecido con la vista de animales de gran diversidad: peces, aves, cocodrilos, culebras, micos y toda una fauna que transformaban cada viaje en una nueva aventura. Pero, fue mi abuelo, Juan B. Calderón, quien desde Ciénaga se convirtió en el pionero en unir los pueblos del Magdalena Grande con Barranquilla, la Puerta de Oro de Colombia, visionando el futuro y el desarrollo que traería un medio más efectivo y rápido de transporte. Don Juan, como le decían sus amigos, tuvo este sueño desde que veía las luces de Barranquilla en su finca, La Sombra, en la Zona Bananera. En el año de 1932 se inició los tramos de la carretera con su propio pecunio, transportando pasajeros a Barranquilla, finalmente, como senador de la República impulsó la ley que haría oficial su construcción. Recorrió la Costa Atlántica con Benjamín Herrera, gran caudillo liberal y con este líder fue de los fundadores de la Universidad Libre, un hombre altruista, que con su generosa ayuda, algunos jóvenes del Magdalena pudieron coronar sus profesiones. Fue él, quien con visión sorprendente sobre el porvenir de los pueblos costeños, llevó a cabo la proeza de recorrer la Isla de Salamanca hasta el hoy kilómetro 0. Allí fue recibido por Juan B. Fernández, fundador de EL HERALDO, en el sitio desde donde muchos años después se construyó el Puente Pumarejo, que hoy es signo de la integración costeña y nacional, muestra de que con fortaleza los sueños pueden ser realidad.

Este sueño es incompleto en nuestros tiempos, ante el gran abandono de los pueblos por el Estado, el cual se necesita completar con verdaderos líderes y donantes que ayuden a salir de la pobreza, de la miseria e indigencia en que se encuentran, porque cuando se hicieron las vías se pensó que mejorarían sus condiciones de salud y educación, para una vida digna de un ser humano y así no seguir viendo el triste espectáculo grotesco de casas destruidas, inundadas, o en condiciones de desastre, habitadas por niños y adultos en condiciones denigrantes. Las carreteras deben ser un medio para mejorar la calidad de vida de las gentes, como lo concibieron sus pioneros.

alvillan@post.harvard.edu
Twitter: @49villanueva