Siempre que llegan noticias trágicas de Valledupar traen de por medio la palabra alcohol. La lista es larga y no hay necesidad de remontarse tanto tiempo atrás. Bastan los últimos dos casos: a finales de abril mi amigo de infancia, Ricardo Molina Araújo, al llegar a su casa luego de asistir a una parranda disparó su revólver al interior de la habitación matrimonial en diecisiete ocasiones, hasta que accidentalmente una de estas balas se incrustó en el cerebro de su esposa Sildana Maya, quien falleció un mes después.
La semana pasada mi primo hermano Guillermo Baute Daza, absolutamente ebrio luego de la derrota mundialista de Colombia ante Brasil, se lanzó en la oscuridad a las aguas del Guatapurí. No lo hizo para suicidarse: desde tiempo inmemorial es costumbres que la muchachada de mi tierra demuestre su euforia o valentía tirándose desde el Puente de Hurtado, buscando bañarse en el cauce de un río que hoy está tan seco que solo arrastra piedras.
Mi primo tenía 30 años, era médico graduado con honores en La Habana y desde hace un par de años se había asociado con un grupo de amigos para montar en la ciudad una clínica especializada en radiología. Era también un muchacho alegre con un impresionante carisma, por lo que gozaba de amplia popularidad.
Fanático del fútbol, chateé con él a través de mi muro de Facebook hasta apenas dos horas antes de su muerte, cuando se mostró ansioso por la pronta llegada de las ocho de la noche, hora hasta la cual se había decretado la Ley Seca, una prohibición que, desde los albores del Mundial, ya en Bogotá había demostrado su ineficacia.
Esta semana un artículo del diario El Pilón aboga por la necesidad de colocar mallas a lo largo del Puente Hurtado pues, en lo que va corrido del año, catorce personas han encontrado la muerte al fondo del Guatapurí. Tal cual se hizo en el viaducto de Pereira tan pronto comenzó a ser utilizado como escenario de suicidas, sin duda se trata de una medida sana y necesaria de la cual ojalá el alcalde Socarrás tome pronto nota.
Pero el verdadero problema al que no se le quiere meter el diente del todo es el alcohol. Es absurdo que la euforia por un partido de fútbol haya arrastrado hasta la muerte a un joven médico o que la discusión con la esposa luego de una parranda desembocara en un hecho tan trágico como el comentado, con lo que resalto que el problema no solo atañe a las clases sociales de escasos recursos sino que toca a la sociedad en general.
¿Qué hacer para evitar que se sigan presentando casos como estos o como muchos otros que no es del caso listar ahora, como el de mi propia sobrina, asesinada por un conductor borracho que nunca pagó ni un solo día de cárcel por su irresponsabilidad. Es claro que el prohibicionismo de la Ley Seca no es la solución. Urge adelantar campañas de concientización, no solo entre los jóvenes. La familia y los colegios en primera instancia, pero también el Estado –mediante campañas publicitarias de amplia difusión– deben educar sobre el enorme daño que el alcohol -y el machismo que lo nutre– nos está causando.
@sanchezbaute