La historia real del prisionero de Guerra Eric Lomax relatada en el libro The Railway Man en el que se basa esta película, cobra tanta importancia en el momento actual como aquel en el que sucedió la historia. Todo conflicto bélico, cualquiera que sea su magnitud, deja huellas y heridas cuya repercusión a nivel humano es la misma, independientemente de la ubicación geográfica.
Lomax, interpretado por Colin Firth en la época de los años 80, cuando se narra la historia, y por Jeremy Irvine en 1942, durante los episodios de guerra en su juventud, es un veterano de la armada británica que se enfrenta cotidianamente con pesadillas relacionadas con la tortura a la que fue sometido por parte de los japoneses cuando estuvo recluido en un campo de prisioneros, durante la Segunda Guerra Mundial.
Lomax y su amigo Fuinlay (Stellan Skarsgard), otro testigo sobreviviente de una de las experiencias mas escabrosas de la historia, fueron obligados a trabajar forzadamente en la construcción del llamado “ferrocarril de la muerte” en Burma durante los años 1942-43, un monstruoso proyecto que fue considerado tiempo después como crimen de guerra.
Desde su infancia Lomax ha sido un aficionado a los trenes, hecho que si bien lo puso en problemas en el pasado, en el presente le ha permitido conocer a Patti (Nicole Kidman), una enfermera retirada quien se convierte en su pareja y quien, a medida que evoluciona la relación, va descubriendo, con ayuda de Fuinlay, el origen de esos fantasmas ocultos que lo aquejan.
Cuando Lomax y Fuinlay se enteran a través de un aviso en el periódico que Takash Nagase (Tanroh Ishida), el responsable de los interrogatorios y la tortura, se encuentra vivo y trabaja como guía turístico en el mismo sitio donde estuvieron prisioneros, Lomax decide volver y confrontar el pasado, ese que se encuentra tan presente como el momento mismo en el que sucedió, ese que se interpone ante los amagos de una posible vida normal.
Colin Firth hace una excelente interpretación de un Lomax paradójico, reflexivo y jovial en algunas escenas, pero frío y calculador en otras, aturdido por el odio y el rencor en unos momentos y conmovido por la posibilidad de absolución en otros. Así es como se presenta la gama de emociones que aquejan a esta victima que, si no es porque sabemos que la historia está basada en hechos reales, podrían parecer inverosímiles.
Qué actuales resultan tales conceptos cuando el mundo se encuentra invadido de conflictos bélicos entre naciones y pueblos hermanos.
El australiano Jonathan Teplitzky, director de la cinta, logra recrear –aunque con algunos altibajos– un soberbio cuadro de reconciliación y absolución interceptado por flashbacks de las imborrables memorias de la guerra y la tortura, los mismos que previamente inspiraron la película Un Puente sobre el rio Kwai (1957) de David Lean, hoy convertida en clásico.