Fuera de presumir, injuriar, especular y cabalgar sobre los rumores y las suposiciones, la malicia indígena, de la que tanto nos ufanamos los pueblos latinoamericanos como un gran valor de nuestra idiosincrasia, no sirve para nada. O sí. Sirve para calumniar y hacer chistes flojos sobre supuestos valores y habilidades que no causan ningún dividendo.
Vamos por la vida convencidos de la fortaleza producida por la malicia indígena, término despectivo, según decir de algunos puristas especializados en etnoeducación. Y es cierto, pues malicia viene de malo y se lo achacamos a nuestras etnias, que terminaron siendo decretadas por la frasecilla, y en últimas, asumieron en los nuevos tiempos el rol bien heredado de los ejércitos de busca fortunas españoles que nos conquistaron.
Esa tal malicia indígena se le atribuye a la capacidad para hacer trampa, tomar ventaja y usar la trocha de nuestra gente. Al final, en nuestro caso, somos una nación poblada por ciudadanos proclives al dinero fácil. Aquí el honor y la dignidad no tienen nada que hacer junto a la viveza nacional. Caben uno y mil ejemplos. Como cuando alguien pretende ser elegido a un cargo o a una curul en alguna corporación y carece de malicia indígena. Si es así, probablemente no serás elegido, y si por esas cosas del destino lo logra, es casi seguro que no repita. Porque, inclusive, quienes acceden a cargos de poder en Colombia con toda la buena fe del mundo tienen la obligación de seguir la ruta de la malicia indígena.
Con esa frase dicha a boca llena se hace referencia a la astucia, no importa si esta va sazonada con trampitas. Ha hecho carrera la crítica de gente cercana a quien después de ocupar un cargo público no se enriquece o resuelve algunas necesidades básicas antes insatisfechas. La tal malicia indígena le ha dado un giro a la escala de valores de tal forma que un par de muchachos tramposos que aprovechan información privilegiada reciben el apelativo de “jóvenes emprendedores”.
Y no hay una pretensión de Catón moral en estos argumentos, es solo recordarnos a nosotros mismos cuánto hemos desperdiciado a partir de la presunción de hábiles jugadores de la vida por la bendita y poco productiva malicia indígena.
¿Tienen acaso los gringos, ingleses, franceses o alemanes malicia indígena? ¿Y? Es que no la necesitan porque nosotros la tenemos y con ella estamos retrasados siglos, ya no tanto en tecnología y otros elementos del confort de la vida moderna como en nuestras mentes. Si nosotros fuéramos avispados de verdad tendríamos la pícara creatividad criolla destinada a producir mejor nivel de vida, justicia social, equidad, equilibrio y honestidad.
Si fuera así, no cerraríamos entonces con broche de oro el chiste que ridiculiza en un retrato al latinoamericano perfecto: aquel que tiene la humildad del argentino, la belleza del boliviano, la laboriosidad del cubano, la inteligencia del venezolano y la honestidad del colombiano.
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