José Ruiz Santaella, hijo de una numerosa familia de labradores andaluces, llegó a doctorarse como ingeniero Agrónomo en Alemania en 1931, donde se casó con Waltraud Schrader. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue nombrado Agregado de Agricultura en la embajada de España en Berlín, y desde allí consiguió salvar la vida a tres mujeres judías ocultándolas bajo falsas identidades como personal en su casa. El matrimonio no solo tomó un gran riesgo personal, sino que podía haber provocado un incidente diplomático, porque la España de Franco –aunque oficialmente neutra en la contienda– era aliada de la Alemania de Hitler, a quien el Generalísimo debió en parte su victoria en la Guerra Civil. Ante el avance del ejército alemán sobre Francia, España permitió inicialmente a más de 30.000 judíos huir a través del país a Portugal o a las Américas, pero luego se volvió más restrictivo para no molestar al Führer. Sin embargo, un grupo de diplomáticos valientes como Santaella desobedecían sistemáticamente las directivas del ministerio y, siguiendo solo sus propios principios, se volcaron en la medida posible en proteger a judíos del exterminio a manos de los nazis.

Estos días, una exposición en el Ministerio de Exteriores en Madrid, Más allá del deber, hace honor a la acción valiente e individual de 18 hombres en servicio, más Schrader, que lograron rescatar a unos 8.000 judíos del holocausto. “Sus intervenciones individuales van más allá del simple cumplimiento del deber ético o profesional: guiados solo por su conciencia, sin consultar con su gobierno y a veces incluso abiertamente en contra de su política”, escribe el comisario de la muestra, José Antonio Lisbona. La hazaña más famosa es la del encargado de negocios de la embajada en Hungría durante la guerra, Ángel Sanz Briz, llamado el ‘Ángel de Budapest’ o el ‘Schindler español’. Acogiéndose a un Real Decreto de 1924 que facilitaba otorgar la nacionalidad a los sefardíes –descendientes de los judíos expulsados de España en 1492–, el diplomático expidió cientos de pasaportes, salvoconductos y otros papeles. Salvó la vida a 5.000 personas. Su colega en el consulado de Atenas, Sebastián Romero Radigales, se opuso a la deportación de 367 judíos sefardíes de Salónica al campo de concentración de Bergen-Belsen, lo cual le ganó la reprimenda de sus superiores. El ministerio le advirtió que mantuviese “una actitud pasiva y no desarrollar iniciativas personales”. Pero Radigales insistió y logró la liberación del grupo, medio año después.

Años más tarde, la dictadura de Franco intentó ganarse los favores del vencedor de la guerra –EEUU– reescribiendo la historia y haciéndose pasar por el amigo y salvación de los judíos durante el holocausto, con el fin de salir del aislamiento internacional. Pero los documentos de la exposición no dejan lugar a dudas: el único mérito corresponde a estos diplomáticos que, en contra de la política del régimen, demostraron que por encima del sentido de deber y la lealtad con el propio Gobierno está la humanidad y la conciencia de los individuos valientes.

@thiloschafer