En días pasados, y con una duración de dos meses, se cumplió el VII Módulo de la Escuela de Redacción Olga Emiliani de EL HERALDO, una interesante experiencia pedagógica en la cual tuve el privilegio de participar en calidad de instructor. Días antes de que se iniciara, estuve pensando que mi deber era darles a los alumnos dos noticias, una buena y otra mala. La buena era que ese curso iba a proporcionarles herramientas teóricas y prácticas que les permitirían mejorar su nivel de competencia en la redacción; la mala era que el curso no iba a mejorar su nivel de competencia en la redacción.

Me explico: por un lado, yo iba a darles a conocer (como en efecto hice) las reglas y los principios gramaticales, así como los elementos técnicos de la composición escrita –sobre todo, de la narrativa– que les podrían permitir mejorar su habilidad para redactar; y por otro, iba a ponerlos a realizar (como en efecto hice) tantos ejercicios de escritura como fueran posibles, a los que sometería enseguida a un severo proceso de revisión y corrección (que era lo que hacía doña Olga Emiliani con los textos periodísticos que escribían los pupilos de su famoso kínder de los años 1980 en EL HERALDO). Pero pensaba que eso no bastaría para lograr el propósito de que aprendieran a escribir sin tacha.

Sin duda, constituiría una ayuda muy importante, pero lo que en realidad, pensaba yo, les iba a permitir adquirir un nivel de competencia óptimo como redactores es que desarrollaran una sensibilidad y una curiosidad por el fenómeno del lenguaje, en general, y por el del lenguaje escrito, en particular; es decir, que adquirieran eso que técnicamente se llama “conciencia lingüística”, que es ese estado, en parte racional y en parte emotivo, gracias al cual usamos siempre la lengua –bien como emisores, bien como receptores– con una actitud curiosa, atenta, sensible y consciente.

Esa conciencia lingüística los llevaría a adoptar como un hábito la práctica de la lectura y de la escritura, quiero decir, la práctica regular, diaria, de la lectura y de la escritura, de tal modo que se integrara a los otros hábitos de su vida, con igual o, incluso, con mayor grado de importancia. Y, gracias precisamente a esa conciencia lingüística, tal ejercicio de la lectura y de la escritura resultaría más eficaz, porque la conciencia lingüística les iba a permitir percibir aspectos de la lengua que de otro modo pasarían inadvertidos.

Por eso, mi objetivo prioritario en el VII Módulo de la Escuela de Redacción Olga Emiliani, por encima del de enseñar los principios y las reglas idiomáticos y las técnicas de la narración, fue tratar de inspirarles esa sensibilidad y curiosidad por el lenguaje, esa conciencia lingüística, como la llaman los especialistas, pero que yo me atrevería a llamar simplemente amor por el lenguaje. Espero haberlo logrado.

@JoacoMattosOmar