No para todo el mundo, como es obvio, pero para quienes tenemos formación profesional jurídica no es extraño determinar que más allá de los veredictos judiciales, en la trastienda de las sentencias, sobre todo en el área penal, existe un subjetivismo muy profundo que encierra todos los misterios de las psiquis humana y que, al final de cuentas suele traducirse en un principio universal de lógica iusnaturalista donde afirma que “dame las pruebas y te daré el Derecho”.
Aun cuando parezca elemental comentarlo, jamás debe olvidarse que quienes imparten justicia son seres humanos y, por lo tanto, pueden equivocarse. Cicerón decía desde aquellas colinas que serpentean la Roma de las nostalgias, que el ser humano “es un garantista de su propia personalidad y acciones pero nunca podrá serlo de las acciones de los demás”. Y con ello, para la posteridad lapidó que es casi imposible penetrar en los recodos de un criminal señalado por un crimen que aboga por su inocencia, o de un inocente que intenta demostrarlo pero sí es el autor de los crímenes imputados.
Por lo tanto, la vaguedad muchísimas veces, lo abstracto, inclusive lo subjetivo en su más estricta interpretación, reina en las sentencias judiciales mucho más de lo que la galería piensa. La ontología jurídica es tan profunda que no puede interpretarse simplemente como la razón de ser de las cosas, su naturaleza, sino que hay que penetrar en los supuestos de la mente humana, los recónditos deseos, los objetivos vulnerables, la concepción de los acontecimientos y los criterios que respaldan un momento dado antes de actuar.
Con estas premisas la gran mayoría de la Colombia pensante admite como el más grande de los absurdos las condenas del general Arias Cabrales y el coronel Plazas Vega, paralelamente con la del general Uscátegui, por sus actuaciones defendiendo el Palacio de Justicia durante la toma guerrillera del M19, o el caso de Mapiripán. Es decir, la misma justicia legitimando lo ilegitimado y confinando a las celdas a quienes expusieron su vida por salvar a la Patria del horror, mientras los criminales identificados plenamente bajo el disfraz hoy día cantinflesco del perdón y las condonaciones, disfrutan de las mieles del poder y tantos reconocimientos hipócritas.
El maestro Ferri afirmaba que la culpa o el dolo no lo encontramos en los textos, sino en las entrañas del pensamiento. Y nadie, absolutamente nadie, podría afirmar en el país que la intención de los distinguidos militares era o fue la de desaparecer a quienes sí pretendían desaparecer a los que desaparecieron. La responsabilidad del mando no puede llegar al extremo del ahogamiento que sufra el castigo de la última cadena de los dirigidos.
Tuvimos el placer de conocer al coronel Plazas Vega cuando presento su libro en Barranquilla mientras estaba destacado en la ciudad. Le hicimos la apertura intelectual y social a la obra. Su calidad humana y profesional no admiten ni un segundo de duda, lo mismo dicen quienes conocen a los generales Arias y Uscátegui. Hoy, por servir a la Patria, es decir, por cumplir el juramento, están condenados. Y las pruebas contundentes, ¿dónde están? No sigamos siendo burla ante el mundo de otra payasada más. Van muchas y son permanentes!