En noviembre de 2013, el reconocido periodista Gerardo Reyes, director de la unidad investigativa de la cadena Univisión y premio Pulitzer 1999, a través de su cuenta en Twitter, reclamaba, con razón, a la revista Semana su evidente bajón en materia de investigaciones periodísticas. Sus palabras textuales, entonces, fueron: “¿Qué pasó con el periodismo de investigación en Semana que destapaba cada domingo un escándalo de corrupción en el Gobierno?”
Traigo a colación la anterior anécdota, a raíz de las revelaciones sobre jugosos contratos otorgados por el Gobierno nacional a medios nacionales, al profesor Mockus y a ONG con agenda política (C. Nuevo Arco Iris) que han levantado la polémica sobre la presunta influencia de la administración Santos en la agenda de los medios, vía contratos publicitarios, con el fin específico de “ambientar” positivamente en la opinión pública los avances del proceso de paz.
Desde mi perspectiva, creo que el problema particular de Semana que señala Reyes viene desde mucho antes y puede ubicarse en el momento mismo en que desapareció su rival, la revista Cambio en 2010. En efecto, sin las exigencias propias que propicia la competencia, Semana se fue adormeciendo en sus laureles hasta llegar a ser lo que es hoy: una caricatura de sí misma, sin profundidad en sus investigaciones y con unos análisis bastante flojos sobre la realidad nacional que no se preocupan por ocultar su marcado gobiernismo. Si a esto se le agrega que Juan Manuel Santos (tío del director del medio) es presidente desde el 7 de agosto de 2010, no resulta extraño que el declive investigativo de la revista coincida con el inicio del mandato de Santos. ¡Y qué contraste entre el ‘adormecimiento’ actual del medio y el buen periodismo desplegado durante la era Uribe, en la que –como anotaba Reyes– cada domingo destapaba una olla podrida! Confieso que pese a ello, la sigo leyendo, principalmente por dos de sus columnistas (Caballero y Coronell) y por las caricaturas de Vladdo.
Empero, el ‘adormecimiento’ periodístico no es solo característica actual de Semana. También puede predicarse lo mismo de los grandes medios nacionales tradicionales (El Tiempo, Caracol y RCN, principalmente). En este sentido, en la actualidad las investigaciones periodísticas serias y de transcendencia provienen más de portales independientes como La Silla Vacía, Las 2 Orillas y Kienyke, que de los medios tradicionales. No en vano, la periodista costeña de La Silla Vacía Laura Ardila Arrieta se ganó el Simón Bolívar por mejor cubrimiento periodístico del 2014, a pesar de que mucha rosca cachaca suele haber en dichos premios en los que también existe el carrusel de “yo te premio, tú me premias”.
Retornando al tema que propició esta reflexión (la siempre tensa relación entre la independencia periodística frente a la pauta –y en particular, a la pauta oficial), es difícil determinar con certeza si los contratos otorgados a los medios mencionados (RCN, Caracol y Semana) afectaron o no la autonomía informativa y editorial de los medios receptores. No creo –como afirman los uribistas– que los contratos son prueba de que los medios se dejaron ‘enmermelar’ del Gobierno, al punto de convertirse en meras cajas de resonancia de la versión oficial. Pero tampoco creo en la versión idílica de que su independencia se mantuvo inmaculada. Ni lo uno ni lo otro, pues, como bien dice una vieja enseñanza del periodismo, la verdad suele encontrarse en el medio de las aguas, y no en alguna de las orillas.
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