No se puede acusar a Alexis Tsipras de falta de iniciativa y creatividad. Los movimientos tácticos del primer ministro griego han sorprendido, desconcertado e incluso enfadado a muchos de sus socios europeos. Las últimas movidas del líder del partido de izquierda Syriza esta semana son un viaje a Moscú y la exigencia de que Alemania pague por los crímenes y destrozos durante la ocupación nazi de Grecia en la Segunda Guerra Mundial. Ambas cosas hay que entenderlas en el contexto de las negociaciones entre Atenas y Bruselas por las condiciones y la continuación del rescate financiero del país. Las instituciones que componen lo que antes se conocía como ‘troika’ exigen al líder de Syriza una serie de reformas que chocan con muchos elementos del programa electoral con el que ganó las elecciones de enero. Pero si no satisface las condiciones de los socios acreedores, Grecia estará abocada a la bancarrota. Es una partida que no puede ganar si se plantea en estos términos. Pero mientras los anteriores gobiernos griegos se resignaban a aceptar las reglas de juego establecidas, Tsipras intenta ampliar el campo de batalla introduciendo nuevas variables.
Este miércoles en el Kremlin, el dirigente griego profundizó su buena relación con el presidente Vladimir Putin. A cambio de su condena a las sanciones europeas como represalia por el conflicto en Ucrania –que Grecia apoyó en su día–, Tsipras consiguió la promesa de que Rusia podría excluir a Grecia de las contrasanciones contra la importación de productos europeos. El acercamiento a Moscú viene en un momento de máxima tensión entre la Unión Europea y Rusia. Tsipras intenta de este modo crear una componente geopolítica que debería influir en su contencioso con los socios por el rescate.
El otro componente pretende ser de carácter moral. Esta semana, una comisión del Parlamento griego calculó en exactamente 278.700 millones de euros lo que Alemania debería pagar por la ocupación nazi, lo que viene a ser más o menos la deuda de Atenas por los dos rescates recibidos. Hay un argumento de peso en el hecho de que Hitler recibió un préstamo forzado del Banco de Grecia que nunca fue devuelto y cuyo importe con intereses a precios de hoy podría ascender a 11.000 millones de euros. Reclamar más de esta cantidad tiene un dudoso valor ético, por muy bárbaro que fuera el comportamiento de las tropas alemanas. De los responsables de entonces apenas queda nadie vivo, y no se entiende por qué las generaciones de alemanes de hoy deberían asumir esa deuda moral. Tsipras pretende aprovechar los resentimientos que despierta el gobierno de la canciller Ángela Merkel en muchas partes de Europa para formar un frente anti-Berlín.
Con estos nuevos componentes, Atenas espera poder estirar al máximo de la flexibilidad prometida por los socios en la solución del rescate. Por las reacciones, no parece que estas maniobras estén dando resultado, pero Tsipras, por lo menos, puede mostrar ante sus votantes que no se queda con los brazos cruzados ante el atolladero de la deuda.
@thiloschafer